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“Vayan por todo el mundo proclamando la Buena Noticia”

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Cardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez

 a) Del libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11.

Este domingo la Iglesia nos invi­ta a celebrar la fiesta de la As­censión del Se­ñor y en los primeros versos del libro de los Hechos de los Apóstoles San Lucas narra el acontecimiento más impor­tante de este: Pentecostés o el nacimiento de la Iglesia, él nos cuenta un hecho evidente en las comunidades cristianas de su tiempo, el Espíritu San­to, prometido por Jesús, estaba actuando en ellas y por ellas. Estaba surgiendo así una nue­va comunidad de hombres y mujeres que vivían como her­manos, unánimes en la ora­ción, solidarios en el quehacer cotidiano, pues lo compartían todo, y alegres por el Evange­lio. La gente que oía su testi­monio se convertía, las per­secuciones confirmaban su fe y su decisión de seguir anun­ciando el Evangelio.

b) De la carta del apóstol San Pablo a los Efesios, 1, 17-23.

Cuando Pablo visitó Éfeso (Hechos 19, 1) encontró al­gunos cristianos no muy bien formados; les instruyó y cons­tituyó con ellos una florecien­te comunidad de cristianos convertidos del paganismo. Al escribirle a los Efesios, el Apóstol se refiere al plan sal­vífico de Dios con los desti­natarios de su carta y con toda la humanidad. Este es el Evangelio que San Pablo va predicando sin temor, en medio de innumerables contradicciones y persecu­ciones, pero él sabe que Je­sucristo le acompaña y le concede la sabiduría para que le dé a conocer con tan­to valor y coherencia.

c) Del Evangelio según San Marcos 16, 15-20.

San Marcos concluye su evangelio con estos versícu­los: “Vayan por todo el mun­do proclamando la Buena Noticia a toda la humanidad. Quien crea y se bautice se sal­vará, quien no crea se conde­nará”. Este mandato de Jesús no concernía solo a los após­toles, hoy es más urgente que entonces, pues toda la huma­nidad necesita escuchar el Evangelio de Jesucristo, cu­yo mensaje de salvación no ha cesado de ser proclamado, aunque no todos lo acojan con prontitud y entusiasmo.

Según los Sinópticos la misión evangelizadora que Jesús trans­mite a sus apóstoles, es decir, a la Iglesia a través de ellos, es uni­versal y no limitada al pueblo ju­dío. Pero es San Marcos el que pone el acento en el efecto sal­vífico de la fe y en el resultado contrario de la incredulidad, así como los signos carismáticos de liberación que acompañarán al Anuncio. La fe en Cristo condu­ce al bautismo y en éste se expre­sa como sacramento que es de la fe; ésta unida al bautismo, y am­bos, vividos en lo que realmente significan, conducen a la salva­ción. Las formas de la misión que Jesús nos confía son dos: el anuncio directo y el testi­monio personal y comunita­rio mediante los signos de li­beración.

En ambas formas Jesús está presente con la ac­ción de su Espíritu, que es su presencia invisible pero efi­caz. En realidad, Cristo no se ausenta del mundo y de la co­munidad eclesial, sólo cam­bia su modo de presencia. En cierto sentido el tiempo de la Iglesia no es el “después de Cristo”, pues Él sigue vivo y actuando en su Pueblo me­diante el servicio al Reino de Dios y al mundo por parte de la comunidad cristiana.

Tenemos por delante una ta­rea urgente de evangelización y liberación humana. Ahora que Jesús no está físicamente presente entre los hombres, es el grupo creyente quien ha de hacerlo visible al mundo por el anuncio y el testimonio. La evangelización exige primera­mente el anuncio directo del Evangelio con todos los me­dios a nuestro alcance: pala­bra (evangelización, cateque­sis, homilía), liturgia, medios de comunicación (prensa, ra­dio, televisión, Internet, redes sociales), literatura, arte, fiesta y convivencia.

La celebración de la Ascen­sión del Señor nos urge a pa­sar de la comodidad en que muchos cristianos viven a los hechos de un compromiso evangelizador entusiasta.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo.
B. Caballero. En las fuentes de la Palabra.