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ESPIRITUALIDAD TRINITARIA A PARTIR DEL GRITO: “¡ABBA!” (PADRE)

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LECTURAS DE HOY: 30/5/21
(Dt 4,32-34.39-40; Sal 32,4-6.9.20-22; Rm 8,14-17; Mt 28,16-20).

DIOS: PADRE CREADOR

“Creo en Dios, Padre, todopoderoso, creador del cielo y la tierra…” Son las santas palabras inaugurales de nuestra fe. Ellas sintetizan, condensan y muestran el ser de Dios y su manera de ser en la historia de salvación. Por eso, en la primera lectura del Deuteronomio Moisés interpela al pueblo preguntándole cuándo se ha oído algo semejante: un Dios vivo, hablando, abajándose, buscando su gente, liberándolo con fuerza de la esclavitud… Afirma que “el Señor es el único, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro”. Es el Padre. Con razón dice el salmista que “su misericordia llena la tierra”; que sus ojos están puestos en sus hijos, para liberar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Ya comentó Benedicto XVI, que la Biblia llama a Dios “Padre”, pero se comporta como una “Madre”.

HIJO: HERMANO MAYOR QUE NOS ENSEÑA A DECIR “PADRE”

¡Abba! Es la invocación de confianza, que acorta la distancia entre el cielo y la tierra. Jesús nos abre las compuertas del cielo para que entremos en calidad de hijos e hijas. La llave para entrar al cielo es ¡Abba! Ella endulza los oídos de Dios, sus entrañas se conmueven ante ese grito.

Jesús nos enseña qué implica decir “¡Abba!”; implica, pertenecer libremente a una comunidad de hermanos. Una comunidad donde algunos tienen una fe más firme que otros, pero que caminan juntos en torno a Cristo, a quien se le ha dado todo el poder en el cielo y en la tierra. Él es quien nos envía para hacernos partícipes de su misión redentora: recogerle los hijos y las hijas a Dios. Jesús, para esa ardua tarea nos manda con todos los poderes: “en el Nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”; y si acaso, reafirma: “sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”.

ESPÍRITU: FUERZA PARA PRONUNCIAR “ABBA” (PADRE)

La gracia del Espíritu, su presencia, nos unge para dirigirnos al Padre, como nos lo ha enseñado el Hijo: Abba. Y, además, nos da el entendimiento para adentrarnos en su significado. Con esa sola palabra nos bastaría para santificarnos, si la acogiéramos con la dignidad del misterio con la cual nos la ha revelado Jesús. Con esta santa palabra abrazamos el don de piedad, que se nos ofrece para alcanzar la luz necesaria de sentirnos hijos e hijas y vivir con tal responsabilidad. Bienaventurado y bienaventurada el hombre y la mujer que se dejen conducir por el Santo Espíritu. Él es quien dirige y nos da la gracia de la fidelidad y el martirio en la misión.

Hoy, fiesta de la Santísima Trinidad decimos: Señor Jesús, gracias por darnos a tu Padre, por hacernos en Ti, hijos e hijas. Padre Dios: gracias porque eres bueno. Espíritu: que nos dejemos llevar por ti, porque queremos obedecer como el Hermano Mayor, Cristo.

  • ¿Cuál ha sido mi experiencia con la Santísima Trinidad?
  • ¿Usted podría meditar en cómo se relaciona con el Padre, con el Hijo, con el Espíritu?
  • ¿Cómo colaborar para que la forma de vida en la Trinidad se refleje en nuestra familia, sociedad, Iglesia?