Solemnidad de la Santísima Trinidad. Ciclo B. Habéis recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: «¡Abba!» (Padre).
4 min readHoy celebramos la fiesta de la Santísima. Trinidad, misterio máximo de nuestra fe y clave de todos los demás, que están por él condicionados.
El Señor glorificado da a la Iglesia la orden de bautizar a todos los hombres que pueda bajo el signo de la Trinidad de Dios. El bautismo cristiano es designado a menudo también como la marca de un sello; el bautizado debe saber a quién pertenece y según qué vida y qué ejemplo ha de conducirse.
Pero es precisamente este Espíritu el que El ha puesto en nuestros corazones: «Así conocemos a fondo los dones que Dios nos ha hecho» (1 Co 2,12). Si se conoce la verdad cristiana, es absolutamente falso decir que el hombre es incapaz de conocer a Dios. Dios no sólo nos ha hecho conocer su existencia, sino que nos ha proporcionado también una idea de su esencia íntima. Esto es lo que la Iglesia debe anunciar a «todos los pueblos».
Y como en Cristo «se esconden todos los tesoros del saber y del conocer» (Col 2,3), los cristianos nos convertimos en «coherederos» de todas esas riquezas, que no son tesoros terrenales sino los tesoros del amor eterno, que son los auténticos tesoros a los que el hombre aspira porque sabe que los bienes terrenales son efímeros y la polilla los echa pronto a perder. La esencia de Dios que el propio Dios nos revela como el amor infinito siempre nuevo y nunca aburrido es mucho más de lo que el anhelo humano más exigente puede desear para sí.
El libro del Deuteronomio presenta aquello que Israel consideraba su gran honor: tener un Dios cercano al pueblo. Un Dios que habló al pueblo y sobre todo un Dios que se comprometió personalmente en la acción histórica de librarlo de la esclavitud.
El evangelio de hoy contiene la invocación trinitaria que se nos ha hecho habitual. Y la contiene señalando la entrada de los hombres en la comunión de la fe, en el momento del bautismo. El bautismo “en el nombre del Padre y del HIjo y del Espíritu Santo” significa quedar situado en el interior de este juego denso y que continúa en los hombres, en la Iglesia y en el mundo por medio del Espíritu.
Dios no es un amo. Y nosotros no somos sus siervos. A pesar de algunas expresiones que se conservan todavía en ciertas oraciones del Misal Romano. Dios no quiere siervos, quiere hijos. Dios ya no se llama “el Señor”, se llama ¡Padre! Ya no se puede justificar ninguna esclavitud; ninguna actitud servil está justificada. Porque los hombres, para Dios, ya no son siervos, sino hijos.
Por eso, llamar a Dios «Padre» puede significar mucho o no significar nada, según el sentido concreto que pueda tener esa palabra en una determinada cultura. Por lo general, con este título se le asigna a Dios la función de creador. Es padre porque ha creado el mundo y ha creado al hombre. También es padre porque nos cuida como a sus hijos.
La fe católica nos enseña que en Dios hay tres personas completamente distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que tienen una sola naturaleza o esencia divina. “Persona, dice Santo Tomás, significa lo más perfecto que hay en toda la naturaleza, o sea, el ser subsistente en la naturaleza racional”. En Dios hay tres personas distintas, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.
En el Dios único hay, desde la eternidad y simultáneamente, un convivir amoroso de tres personas, que no se afirman a sí mismas en el dominio sobre las otras, sino al revés, son entrega total e infinitamente permanente de amor. No son tres yo, sino un único nosotros. Por eso es siempre el mismísimo Dios el que nos habla y no una u otra de las personas de la Trinidad. Santa Teresa, que experimentó el misterio, nos dice que sólo una Persona le hablaba.
En la Tres Divinas Personas, hay Unidad Sustancial, la unidad que Cristo pedía al Padre, en el sermón de la Ultima Cena: “Padre, que sean Uno como Tú y Yo somos uno” (Jn 17,21).
El misterio trinitario es un misterio de Dios-Amor. Esto es evidente en las lecturas de la liturgia. Dios-Amor interviene con mano fuerte y brazo poderoso para sacar a su pueblo de Egipto, símbolo de servidumbre y opresión (primera lectura). Dios-Amor regala a sus discípulos una misión maravillosa y les asegura su compañía a lo largo de los siglos (evangelio). Dios-Amor hace a los hombres sus hijos adoptivos para que puedan clamar con Jesucristo: “abba”, es decir, “Padre”.
La liturgia de la Iglesia nos presenta hoy a Dios como uno y Trino. No es algo fácil de digerir esto de la Trinidad. Según la leyenda atribuida a San Agustín, sería más fácil evacuar toda el agua del mar en un huequito hecho con el dedo, que comprender con nuestra mente el misterio de la Trinidad. Tratar de encerrar en nuestro “pequeño cerebro”, todo el misterio de Dios de una vez para siempre, es una empresa sencillamente imposible