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Santa Maria Magdalena (s. I)

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Magdalena se deriva de Magdala, población situada sobre la orilla occidental del mar de Galilea, al norte de la ciudad de Tiberíades, o de expresión del Talmud que significa “rizar pelo de mujer”, en referencia a las adúlteras.

«La historia de María de Magdala recuerda a todos una verdad fundamental: discípulo de Cristo es quien, en la experiencia de la debilidad humana, ha tenido la humildad de pedirle ayuda, ha sido curado por él, y le ha seguido de cerca, convirtiéndose en testigo de la potencia de su amor misericordioso, que es más fuerte que el pecado y la muerte».

Formó parte de los discípulos de Cristo, estuvo presente en el momento de su muerte y, en la madrugada del día de Pascua, tuvo el privilegio de ser la primera en ver al Redentor resucitado de entre los muertos (Mc 16, 9). Fue sobre todo durante el siglo XII cuando su culto se difundió en la Iglesia occidental.

María Magdalena irrumpe en el Evangelio y en la historia cuando entra, temblorosa pero resuelta, en Casa del fariseo Simón. La escena relatada por San Lucas (7,36-50) parte en dos vertientes la vida de esta mujer: antes y después de su encuentro con Jesús.

De este episodio, que la liturgia nos propone en el Evangelio de su fiesta, hemos de arrancar para conocerla Delicadamente, el evangelista silencia en este lugar su nombre, pero en el capítulo siguiente nos habla de María Magdalena, de quien Jesús había arrojado siete demonios (Lc. 8,2).

La semejanza íntima entre la María Magdalena nombrada por los cuatro evangelistas con la pecadora innominada que se arroja a los pies de Jesús en casa del fariseo justifican plenamente la identificación que la tradición cristiana y la liturgia hacen de estas dos figuras evangélicas.

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La Liturgia Romana, siguiendo la tradición de los Padres Latinos (incluyendo a Gregorio Magno) identifican los tres pasajes del Evangelio como referentes a la misma mujer: María Magdalena. La liturgia griega, siguiendo a los Padres griegos, sin embargo, las reconocen como tres mujeres distintas. La cuestión sigue abierta.

El santoral litúrgico actual celebra a una sola: María Magdalena utilizando las referencias a su encuentro con Jesús resucitado.

Jesús iniciaba su vida pública eligiendo como centro de su predicación y sus milagros a la pequeña Galilea. Un día cualquiera llegó hasta Magdala el rumor. Iba creciendo como la brisa vespertina que riza apenas la superficie de! lago para estallar al fin en ola sobre la orilla.

Lentamente, por debajo del orgullo encabritado, y a medida que éste se amansaba, la gracia iba abriéndose paso. A la rebeldía sucedía la esperanza que habían dejado prendida en su alma aquellas palabras dirigidas al paralítico: Hijo, ten confianza; tus pecados te son perdonados. Ella también podía ser perdonada.

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Sus pecados le pesaban ahora como una cadena insoportable. Pero las cadenas atan a la tierra. Ella, para liberarse, tenía que romperlas, y se sentía sin fuerzas, impotente. En esta agonía que le deshace el alma, porque ya no quiere pecar y peca, busca de nuevo a Jesús.

Supo que estaba en casa de Simón. Entró muy de prisa, apretando fuertemente su frasco de perfume. Hubiera querido pasar desapercibida, pero no fue posible. Casi la echaron para atrás las miradas de escándalo y de desprecio. No importaba. Se lo merecía. Su orgullo se había fundido porque había triunfado el amor.

Le vio y se arrojó a sus pies. Quiso decirle su arrepentimiento, suplicar su perdón. Pero no pudo. Se le ahogaron en lágrimas las palabras. Sólo supo besarlos y llorar, no sabía si de amor o de dolor. Él comprendía.

María, renovada y libre, se une al grupo de mujeres que asisten a Jesús. En adelante su vida aparece íntimamente trenzada con los principales acontecimientos de la vida de Cristo: vicisitudes de su ministerio mesiánico, pasión y muerte, resurrección.

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Y aconteció luego que recorrió Él una tras otra las ciudades y aldeas predicando y anunciando la buena nueva del Reino de Dios. Con Él iban los doce y algunas mujeres… María, la llamada Magdalena, de la cual habían salido siete demonios, y Juana, la mujer de Cuza…, y otras muchas que le servían con sus haberes (Lc. 8,1-3).

Seguir a Jesús, servirle, pudo parecer a Magdalena una felicidad indecible. Pronto comprobó que estaba sembrado de sacrificios. Pero amaba. Amaba con sinceridad, tenía una deuda que pagar y siguió adelante.

Nosotros que la hemos visto palpitar en las páginas del Evangelio preferimos dejar que se oculte con ÉI a nuestros ojos. No nos hace falta más.

María Magdalena será siempre en el santoral romano el prototipo de la mujer que, habiendo pecado, se convierte en un rendimiento total al amor divino.

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La gracia de la conversión es con frecuencia así: un toque discreto, una invitación, una mirada. De nuestra respuesta depende un escalonamiento sucesivo de gracias que nos lleven hasta la santidad. Después del perdón se consagra totalmente al servicio del Maestro y le sigue hasta la cruz como no fueron capaces de seguirle los discípulos.

Muerto no le abandona. Quiere rescatar su cuerpo… ni siquiera ve su impotencia para hacerlo, ni los peligros que entraña su deseo. Jesús recompensa su fidelidad con la gracia inmensa de su primera aparición.

A partir de este momento se inicia en aquella alma una fase de madurez que hemos creído ver en la frase de Jesús: No me toques.

La fe en la soledad y la constancia del servicio en una vida olvidada de reparación, como de quien ha visto morir a Jesús por ella, la conducen a los altares. La Iglesia la propone en el día de hoy para ejemplo nuestro.

María Magdalena es gran ejemplo para todos. La tradición oriental afirma que, después de Pentecostés, María Magdalena fue a vivir a Efeso con la Virgen María y San Juan y que murió ahí. A mediados del siglo VIII, San Wilibaldo visitó en Efeso el santuario de María Magdalena. En el 886 fueron llevadas sus reliquias a Constantinopla.

download-4.jpegSegún la tradición francesa muy difundida en occidente, María Magdalena fue con Lázaro y Marta a evangelizar la Provenza, Francia y pasó los últimos treinta años de su vida en los Alpes Marítimos, en la caverna de La Sainte Baume. Poco antes de su muerte, fue trasladada milagrosamente a la capilla de San Maximino, donde recibió los últimos sacramentos y fue enterrada por el santo.

La primera mención del viaje de María Magdalena a la Provenza data del siglo XI, a propósito de las pretendidas reliquias de la santa que se hallaban en la abadía de Vézelay, en Borgoña. Pero la leyenda no tomó su forma definitiva sino hasta el siglo XIII, en la Provenza. A partir de 1279, empezó a afirmarse que las reliquias de Santa María Magdalena se hallaban en Vézelay, en el convento dominicano de Saint-Maximin. Todavía en la actualidad es muy popular la peregrinación a dicho convento y a la Sainte Baume.

Pero las investigaciones modernas, especialmente las que llevó a cabo Mons. Duchesne, han demostrado que no se pueden considerar como auténticos ni las reliquias, ni el viaje de los amigos del Señor a Marsella. Así pues, a pesar de los clamores de la tradición local francesa, hay que confesar que se trata de una fábula. Volvamos pues al Evangelio.

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La pecadora fue perdonada por Jesús. Se cumplió en ella el Salmo 51 “Un corazón humillado y arrepentido, Dios nunca lo desprecia”. María Magdalena es la mujer que fue fiel a Jesús hasta el final y que El escogió para ser testigo de la Resurrección ante los apóstoles.