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Santo Tomás Apóstol (+ s. I)

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Tan pronto como Juan Bautista señaló a las turbas la presencia del Mesías entre los mortales con las palabras: “He aquí el Cordero de Dios”, dos de sus discípulos que le oyeron, abandonando su compañía, se fueron en pos de Cristo. Poco a poco fueron juntándose otros, procedentes en su totalidad de las clases sociales media y trabajadora.

El Evangelio menciona a veces expresamente los nombres de los apóstoles que se unían a Cristo y describe las circunstancias que rodearon tal acontecimiento, pero ni una sola palabra encontramos en el texto neotestamentario sobre cuándo y cómo Santo Tomás se incorporó al Colegio apostólico.

Su nombre figura por vez primera en la lista que dan los evangelios sinópticos de los doce apóstoles. Pero en el orden de su colocación se percibe una variante dictada por la modestia y humildad que caracterizan a San Mateo.

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El hecho de que un hombre se llamara Tomás debía extrañar a los lectores griegos del Evangelio, y de ahí que San Juan Evangelista, al mencionarle, añade: Llamado Dídimo, como si dijera: nombre que en griego corresponde a la palabra “Dídimo” (Io. 11,16; 21,2).

Antes de los escritos del Nuevo Testamento no encontramos ningún individuo que lleve el nombre de Tomás, mientras que la palabra “Dídimo” como nombre propio figura en algunos papiros del siglo lll a. de Cristo originarios de Egipto.

 

Se sabe que el término “Tomás” proviene de una raíz hebraica que significa duplicar, cuyo sentido aparece en el libro del Cantar de los Cantares (4,2; 6,6), en donde se habla de “crías mellizas o duplicadas”. Esta aclaración hecha por el evangelista dio pie a que se formularan multitud de hipótesis encaminadas a identificar el otro mellizo.

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En las Actas apócrifas que llevan su nombre y en la Doctrina Apostolorum los mellizos son llamados Judas y Tomás, nombres que se repiten juntos en la historia del rey Abgaro, de Edesa (EUSEBIO, H. Ecct. 16).Una antigua leyenda afirma que el Santo fue arquitecto, a consecuencia de lo cual, a partir del siglo XIII, el arte pictórico, entre otros el pincel de Rafael, le ha representado con una escuadra como símbolo, por considerarle Patrono de los constructores.

Con todo, a través de una información de San Juan (21,1), puede conjeturarse que Tomás fue un humilde pescador, un simple marinero, sin llegar a ser propietario de embarcación alguna. Esta conjetura se armoniza con las noticias conservadas en antiguas narraciones sobre la condición humilde y pobre de sus padres.

Debía encontrarse Tomás atareado en su trabajo junto a las redes cuando oyó la invitación de Cristo, que le inducía a que le siguiera para transformarle en pescador de almas. Es de creer que, al oír la llamada de Jesús, lo abandonara todo y le siguiera, porque es muy probable que perteneciera él a aquel numeroso grupo de auténticos israelitas que sentían llamear en su corazón los ideales religiosos y mesiánicos, avivados por la esperanza de la llegada inminente del Mesías, que debía restablecer el reino de Israel.

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De este amor y lealtad de Tomás hacia Cristo tenemos un fiel testimonio en su primera intervención que recuerda el Evangelio (Jn 11 , 1-16). Aunque el Evangelio no lo diga expresamente, por lo que dejan entrever los textos que hablan de las actuaciones de Tomás, estaba él siempre dispuesto a dar su vida por su Maestro.

En vísperas de su pasión y muerte quiso Cristo celebrar la última cena en compañía de sus discípulos. De sobremesa se entretuvo largamente con ellos, abriéndoles de par en par su corazón dolorido y tratando de tranquilizar a sus amigos ante las perspectivas sombrías de un futuro próximo. Cristo les habló de su inminente partida: Un poco aún estaré todavía con vosotros; adonde yo voy vosotros no podéis venir.

Aunque el ánimo de Tomás estuviera abatido por el pensamiento de tener que separarse de su Maestro, no perdía, sin embargo, la esperanza de poder impedir su muerte. Bien sabia él que el verdadero israelita entra por la muerte en la paz de Dios, pero la turbación y el afán de hacer algo para salvar a Jesús no le dejaban ahondar en estos misterios.

También habría oído en las sinagogas que la palabra “camino”, en los profetas (Is. 30,11), se toma muchas veces en sentido moral y religioso, pero le ofusca el ansia por conocer adónde quiere marcharse su Maestro con el fin de alejar los peligros que pudiera encontrar en su camino.

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Este rasgo de valentía y fidelidad del apóstol ha sido recogido exactamente por el pincel de Leonardo de Vinci en su cuadro de La última cena, en que se representa a Tomas reafirmando a Cristo calurosamente, y con maneras casi agresivas, su fidelidad.

Una vez terminadas sus últimas enseñanzas y exhortaciones, salió Jesús del Cenáculo en dirección a un huerto que estaba al otro lado del torrente Cedrón. Sus apóstoles le acompañaban en silencio, dibujándose en sus rostros la gravedad del momento. Tomás le seguía con la esperanza de salvarle. Pocos momentos antes le había dicho Jesús que Él era el camino, la verdad y la vida.

Sabrá Cristo, por consiguiente, pensaba Tomás, escoger el camino verdadero para no caer en las asechanzas que le tienden sus enemigos. Además, si algunos exaltados se atrevieran a tocarle, allí estaba él, el robusto marinero, para castigar su atrevimiento.

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Santo Tomás emprendió el camino de la gentilidad; Sabemos que salió de Palestina, y las tradiciones aseguran que marchó hacia Oriente, a las tierras por donde sale el sol, para anunciarles que otro Sol más radiante y vivificador había nacido en tierras de Palestina. Desde muy antiguo tomó cuerpo la tradición de que fue Tomás el apóstol de los partos, medas y persas, territorios que actualmente corresponden al Irak, Irán y Beluchistán.

Otras tradiciones extienden hasta la India el campo de su apostolado, adonde llegó por el llamado “camino de la seda”, que atravesaba la Persia, el Pakistán y el Tíbet. Se dice que su apostolado fue muy fructífero debido a su predicación y a la multitud de milagros que obró en confirmación de su doctrina. Una tradición siria llama a Santo Tomás “rector y maestro de le Iglesia de la India, fundada y regida por él”.

Sin embargo, los cristianos del Indostán, conocidos por el nombre de cristianos de Santo Tomás, que habitan el Malabar y pertenecen a la Iglesia siria, tienen probablemente su origen de un misionero nestoriano llamado Tomás. En la Iglesia malabar se canta en las lecciones litúrgicas en honor del Santo: “Por las fatigas apostólicas de Santo Tomás llegaron los chinos y los etíopes al conocimiento de la doctrina de Cristo. Por Santo Tomás fueron bautizados y se hicieron hijos de Dios. Por Santo Tomás el reino de Dios llegó hasta la China”. En el libro de las Actas atribuidas al apóstol se refieren fantásticas aventuras referentes a su ida a la India y a sus trabajos allí como arquitecto real.

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El Breviario romano dice que el Santo fue martirizado en Calamina, ciudad que no se ha identificado todavía. Parte de sus reliquias fueron trasladadas a Edesa, en cuyo lugar se mostraba su sepulcro, según testimonio de escritores cristianos antiguos. San Juan Crisóstomo enumera la tumba de Santo Tomás entre los cuatro sepulcros de los apóstoles (San Pedro, San Pablo, San Juan) que puede identificarse su emplazamiento. De Edesa sus reliquias fueron trasladadas a la isla de Chíos y de ahí pasaron a Ortona, donde se veneran actualmente.

La tradición ha atribuido a Santo Tomás un evangelio de carácter gnóstico, que se ha perdido. El actual Evangelio de Santo Tomas, también apócrifo, refiere numerosas y fantásticas leyendas en torno a la infancia de Jesús. También se le han adjudicado el libro de las Actas de Santo Tomás y un Apocalipsis, condenado por el papa Gelasio I a fines del siglo v.