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Romper los puentes

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El consejo de que no se tome nada per­sonal, no le funciona. Casi todo se lo toma personal. Esto incluye las malas caras, las insinuaciones, los desplantes, las agresiones evidentes y aquellas solapadas que, solo ella, ve. Puede que acierte cuando descubre la maldad en el otro, el interés en perjudicarle o la envidia. Si tiene razón en lo que percibe, su respuesta, a la defensiva, parece natural. Pero, también, es posible, que se haya equivocado o que el esfuerzo de su reacción, como cuando un ejército moviliza un montón de tropas para una batalla intrascendente, no valga la pena.

Heridas a quemarropa 

En su afán por defenderse, pierde relaciones cercanas y de cortesía. Le rodean puentes de comunicación rotos por ofensas, calumnias, injurias, chistes hirientes, insinuaciones, chismes, zancadillas, tretas, celos, mezquindades y mentiras. Analiza una a una las situaciones, y piensa que tiene motivos para sentirse molesta hasta experimentar una inmensa desazón, un dolor lacerante, porque mientras más ama a quien le agravia, su cercanía hace que la herida sea a quemarropa, directa al corazón.

Juzga y condena

Y no se pregunta si esa isla, en la que va quedando sola, es el lugar correcto para encontrarse con Dios, al final de sus días. Desde la razón, el amor propio y el rencor, con la soberbia que emana de la convicción de que no dañas a otros, no planea maldades, ni ejecutas traiciones, ha juzgado y condenado, cortando los puentes que la comunican con quienes la hirieron. Pues, para llegar a Dios, piensa, le basta su fe. Según el apóstol Pablo, se equivoca.

No es suficiente

Pablo advierte a Los Corintios que, si tienen una fe ca­paz de mover montañas, reparten todo a los pobres, se dejan quemar vivos, hablan en lenguas, conocen el lenguaje de los ángeles y tienen don de profecía, pero no tienen amor, de nada les sirve. Porque cuando esta vida acaba, lo único que queda es el amor. Y ese, que solo se puede sentir y demostrar hacia el prójimo es —dice, de nuevo, Pablo— paciente, afable, no se irrita, no lleva cuentas del mal, disculpa sin límites, cree sin lí­mites, espera sin límites y aguanta sin límites.

Las vías 

El asunto está en que cada persona que encontramos en el camino de nuestras vidas, es una vía para aprender, mejorar y transformarnos. Y, si cortamos la comunicación, cerramos, también, los caminos que nos comunican con Dios. ¿Y cómo vamos a llegar a Su encuentro, si hemos roto los puentes, los vínculos humanos, que nos conducen a Él?