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San Bernardo, Abad de Claraval, 1091-1153. “Último de los Padres” de la Iglesia

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Nació en el castillo de Fontaines-les-Dijon en 1090. Hijo de Tiscelin, caballero de la intimidad del duque de Borgoña, se educó en la escuela clerical de Chatillon, donde adquirió la sólida formación humanística y teológica que revelan sus obras.

Superada una grave crisis después de la muerte de su madre, Alicia, a los 21 años entraba en el Císter con otros 30 postulantes, entre los que figuraban cuatro hermanos y un tío suyo, a quienes seguirían más tarde su padre y su hermano menor.

De jovencito, se prodigó en el estudio de las llamadas artes liberales en la escuela de los Canónicos de la Iglesia de Saint-Vorles, en Châtillon-sur-Seine, y maduró lentamente la decisión de entrar en la vida religiosa.

En torno a los veinte años entró en Cîteaux (Císter, n.d.t.), una fundación monástica nueva, más ágil respecto de los antiguos y venerables monasterios de entonces y, al mismo tiempo, más rigurosa en la práctica de los consejos evangélicos.

Algunos años más tarde, en 1115, Bernardo fue enviado por san Esteban Harding, tercer Abad del Císter, a fundar el monasterio de Claraval (Clairvaux). El joven abad, tenía sólo 25 años, pudo aquí afinar su propia concepción de la vida monástica, y empeñarse en traducirla en la práctica.

Bernando es la encarnación del ideal cisterciense: silencio, contemplación, Oficio Divino, trabajo manual para todos, pobreza absoluta llevada hasta un desposeimiento total, que se traduce incluso en la arquitectura de los templos, donde la funcionalidad litúrgica será el módulo severo de la desnudez elegante que la caracteriza.

Pensaba Bernando que mitigar la austeridad de la Regla hubiera sido una crueldad para los monjes, porque les aminoraría el premio, seguro de que, con el alma libre del peso de la carne por la mortificación y defendidos por los ángeles de los ataques del Maligno, encontrarían recompensa ya en el paraíso del claustro, como anticipo de la contemplación de la gloria de la Humanidad de Jesús, el Hijo de la Virgen Madre.

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Pero en medio de una tan vasta actividad no perdía su contemplación habitual, que continuamente le hacía suspirar por su abadía. Y así, tan pronto como concluía la intervención que requería su presencia, volvía al monasterio, donde se entregaba de lleno a la atención de sus monjes a quienes ni desde lejos desatendía, y a quienes, cuando hablaba, gustaba darles la «miel» de sus consuelos y la «suavísima leche» que, como a madre, le henchía su cariño.

Pero «nada de lo que se roza con Dios le dejaba indiferente; lo consideraba como asunto propio» (Carta 20).Y ello explica la preocupación sobre todo por la reforma de los que habían de ser modelo: reyes, nobles, sacerdotes, obispos, el mismo Papa; siendo promotor Bee. del ideal de perfección en todos los estados, como lo demuestra su abundante epistolario, sus tratados ascéticos, y su Alabanza de la nueva milicia, donde expone la mística de la actitud caballeresca de la Cristiandad, que encontraba la santificación en la «guerra contra la infidelidad» como servicio a la Iglesia.

Enfermo de muerte, hizo su última gestión pacificadora en Lorena, y de vuelta al monasterio, al límite de sus fuerzas, esperó el fin de sus días con el ansia del alma que va al encuentro del Esposo. Fue enterrado bajo el altar de Nuestra Señora en la Iglesia abacial.

Por este motivo tuvo que salir más a menudo de su monasterio, e incluso fuera de Francia. Fundó también algunos monasterios femeninos, y fue protagonista de un vivo epistolario con Pedro el Venerable. Dirigió sobre todo sus escritos polémicos contra Abelardo, un gran pensador que inició una nueva forma de hacer teología, introduciendo sobre todo el método dialéctico-filosófico en la construcción del pensamiento teológico.

Bernardo no es un teólogo que tenga sistema. Pero en toda su exposición subyace una sapiencia teologal que nace ciertamente de las fuentes, pero más todavía de un finísimo sensus fidei fruto de los dones del Espíritu que lo guiaba. La fuente principal de su doctrina es la Escritura que, en la línea «espiritual», Bernardo cita continuamente, y expone con sutilezas, a nuestro gusto chocantes, que revelan la agudeza de su ingenio, pero también el hondo sentido que descubría en la meditación asidua de la Palabra de Dios, «delicias de la mesa del Padre».

Frases de este S. Bernando de Maria:

“En los peligros, en las angustias, en las incertidumbres – dice – piensa en María, invoca a María.

Que Ella no se aparte nunca de tus labios, que no se aparte nunca de tu corazón; y para que obtengas la ayuda de su oración, no olvides nunca el ejemplo de su vida. Si tu la sigues, no puedes desviarte; si la rezas, no puedes desesperar; si piensas en ella, no puedes equivocarte.

Si ella te sostiene, no caes; si ella te protege, no tienes que temer; si ella te guía, no te cansas; si ella te es propicia, llegarás a la meta…” (Hom. II super “Missus est”, 17: PL 183, 70-71).

Que es la avaricia? Un continuó vivir en la pobreza por temor a ser pobre. “San Bernardo de Claraval”

El que ora y trabaja eleva su corazón a Dios con las manos “San Bernardo de Claraval”

«Hombre de Estado», según la placa de su plaza en Dijon, lo fue en fuerza de su vida mística. Toda su acción política se explica sólo por su santidad reconocida. Naturaleza maravillosamente dotada, desde un fondo hipersensible de tímida reserva, poseía el secreto de decisiones inflexibles.

Comprensivo y a la vez intransigente, su pasión en la palabra arrastraba irresistible. Amaba hasta la ternura y sabía imponerse hasta parecer dominante. Intuitivo al par que inteligente, poseía la dialéctica hasta la sutileza, pero no hay escrito donde no desahogue su temperamento efusivamente lírico. y todos estos contrastes de su recia personalidad, que transparentaba su mismo aspecto físico, se integraban en una intensa vida interior: total y abierta disponibilidad al Espíritu Santo.

Fiel a la estricta observancia de la Regla, en lucha contra su «carnalidad» que «hacía languidecer su alma» ( Apol. 4,7), la contemplación asidua de la humanidad que tomó de María ese Jesús que lo era todo para él, le hizo llegar hasta la perfecta unión con Dios, por medio de la devoción a María (que ha querido simbolizar el milagro de la lactación, que inmortalizó Murillo, entre otros).

Murió en Claraval, el 20 agosto de 1153. Canonizado en 1173, su fiesta se celebra el 20 de agosto.