Vie. Jul 26th, 2024

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XXI Domingo del Tiempo Ordinario. Ciclo B. “¿A quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna.”

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La Palabra de Dios, en este domingo del tiempo ordinario, nos interpela sobre un asunto central y vital de nuestra condición de seres humanos en proceso y de creyentes en camino hacia el Reino definitivo: la opción en la vida.

La primera lectura de hoy es cuando las doce tribus llegan a la tierra prometida, Josué las convoca para sellar un  pacto de fidelidad al Señor. Podemos recordar aquí el largo camino por el desierto, tantas dificultades que ahora llegan a término.

Nos habla del famoso pacto de Siquén en el que el sucesor de Moisés al frente del pueblo liberado de la esclavitud de Egipto, y ya introducido y poseedor de la tierra prometida, convoca a todas las tribus para hacer un pacto, una alianza con Yahvé.

¿Por qué? Cuando los israelitas llegaron a Canaá se encuentran con que sus habitantes tienen sus dioses, sus santuarios, lo cual ha de influir bastante en los advenedizos; no se cambia de la noche a la mañana una cultura religiosa acendrada en la situación social y antropológica de ese pequeño territorio.

Ahora es un momento decisivo. Y en este momento  decisivo hay que escoger: el Dios que ha conducido a Israel,  o los dioses antiguos y los dioses de los pueblos vecinos.

El evangelio de hoy concluye esta serie de cinco domingos de Juan. Y la concluye, como  la primera lectura, con una exigencia de decisión.

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Se ha llegado a hablar que el origen de Israel en Palestina es el fruto de una “revuelta campesina”  que se ha trasmitido a la posteridad bajo un pacto religioso de las tribus para dar coherencia y unidad.

La Biblia ha escrito su “historia” desde arriba, desde el proyecto de Dios, eso es lo importante. Pero eso no significa que “Israel” sea un puro proyecto divino en sus pormenores.

El autor de este relato quiere decir que la unidad de las tribus había que conseguirla con un pacto religioso con el que se comprometían en servir a Yahvé y abandonar a los dioses cananeos. Es lo que algunos ha5n llamado la “anfictionía” a imagen de lo que se conoce de Grecia e Italia, en torno a un santuario común.

La familia cristiana vive en el amor de entrega. La segunda lectura es uno de los textos más expresivos y polémicos del NT, ya que el simbolismo de la cabeza y el cuerpo (Cristo y la Iglesia), aplicado a las relaciones hombre y mujer en el matrimonio, ha dado mucho que hablar en estos tiempos de reivindicaciones de los derechos de la mujer.

La Iglesia no es nada sin su Señor, que ha dado su vida por ella. Eso no es lo mismo en el matrimonio, donde hombre y mujer están en el mismo plano de igualdad, pero donde cada uno desempeña su papel y su misión. La sumisión es de uno a otro si se entiende positivamente, ya que en el matrimonio no hay sumisión, sino entrega mutua.

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Como el prototipo de esta forma de hablar es el romance de Cristo con su Iglesia, el matrimonio debe entenderse así en su realidad radical; es un romance de amor, de entrega, de generosidad, de dar la vida el uno por el otro, como Cristo y la Iglesia.

Este romance de amor tiene todo su sentido si el amor de los esposos toma como prototipo el de Cristo a su Iglesia.

Los cristianos viven, pueden vivir todos esos amores, sin duda, y los necesitan. Pero el que da sentido al matrimonio “cristiano” es el amor de entrega absoluta a ejemplo de cómo Cristo se ha entregado por la Iglesia.

La pregunta final de Jesús es la versión joánica de la confesión de Cesarea, pero con  más dramatismo. En Cesarea Jesús constata que nadie comprende quién es él y pregunta a ver si los discípulos lo han comprendido.

Con la lectura de hoy termina  el capítulo del evangelio de Juan que hemos leído  durante estos últimos domingos. Jesucristo se nos ha presentado como el Pan de Vida, el  alimento que da Fuerza para el Camino, un camino que él ha seguido entregándose en su carne y su sangre, un camino de donación que recordamos y expresamos  cada vez que nos reunimos para celebrar la Eucaristía.

El Padre es el que nos invita a la plenitud de la vida, que se encuentra en Jesús. A esta invitación hemos de responder usando nuestra libertad. Podemos aceptar la invitación y vivir para los demás, o rechazarla encerrándonos en nuestro propio egoísmo.

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El término es el encuentro con Jesús que concede el Padre al que aceptó su invitación de amor. En ese encuentro se comunica el Espíritu.

La profesión de fe de Pedro rima perfectamente con la del pueblo de Israel, recién constituido por ella en Siquem. Las tribus de Israel con Josué y Pedro por el nuevo Israel, la Iglesia, optan por Yahvé y por Jesús.

Hoy el Señor nos invita a que hagamos nuestra opción, sabiendo que lo difícil es sostener y renovar la opción cada día y cada momento de la jornada. Vendrán las pruebas.

Si sigo al Señor he de romper con esto y con aquello: “Ya no podrás hacer esto ni aquello. Y qué cosas se me ocurrían pensando en esto y aquello”, dice en sus Confesiones San Agustín.

El evangelio del día es la última parte del capítulo sobre el pan de vida y la eucaristía. Como momento culminante, y ante las afirmaciones tan rotundas de la teología joánica sobre Jesús y la eucaristía, la polémica está servida ante los oyentes que no aceptan que Jesús pueda dar la vida eterna.

Se habla, incluso, de discípulos que, escandalizados, abandonan a Jesús. Deberíamos entender, a su vez, que abandonan la comunidad que defendía esa forma de comunicación tan íntima de la vida del Señor resucitado.

Este es uno de los grandes valores de la eucaristía cristiana y en este caso de la teología joánica. La Eucaristía no se celebra desde la memoria del pasado solamente: la muerte de Jesús en la cruz.

Es también un sacramento escatológico que adelanta la vida que no espera tras la muerte. Esto es lo admirable de la eucaristía. Jesús, pues, les pide a sus discípulos, a los que le quedan, si están dispuestos a llegar hasta el final, a estar con El siempre, más allá de esta vida.