ITINERARIO DE LA PERSONA JUSTA: SER ÚLTIMA, SER SERVIDORA, SER COMO NIÑO.
2 min readLECTURAS DE HOY: 19/9/21
(Sb 2,12.17-20; Sal 53; St 3,16_4,3; Mc 9,30-37).
La sabiduría, hoy, comienza hablándonos del justo, y del precio que supone serlo. En la cultura bíblica, justa es la persona que construye comunidad, que vela por el bien de todos y todas. Su presencia y sus actitudes se tornan una denuncia, un grito a la conciencia de quienes toman la vida de manera individualista y superficial. Por eso, afirman sus contrarios: “nos resulta incómodo”.
El justo, al mismo tiempo, es inocente. No se defiende de sus agresores para no perder el tiempo; contrariamente, lo invierte, como dirá el apóstol Santiago, “para procurar la paz y sembrarla”. No se puede, a la vez, enfrentar la guerra de los enemigos y “dar frutos de justicia”. La persona de conciencia justa sabe escoger la causa que lo consuman.
El evangelio nos identifica el rostro de la santidad y la justicia en la persona de Jesús y sus enseñanzas. Él nos señala el camino para llegar a ser una persona justa:
Ser el último de todos.
Ser el servidor de todos.
Con un corazón de niño.
¿Cómo se concretiza ser el último y el servidor? Dejando que los demás vayan delante ante oportunidades que muchos quisieran lograr. Y adelantarse, para hacer cosas necesarias, que muchos quisieran evadir. Para acoger la propuesta de Jesús se hace necesario recuperar el “corazón de niño”; de manera contraria nos quedamos como los discípulos que, en ese momento, distraídos por estatus y distinciones, no entendían ni las enseñanzas ni el testimonio de Jesús: ser entregado, a pesar de ser el Hijo de Dios.
Señor: danos la luz y la fuerza del Espíritu para poder entender tus enseñanzas. Y no sólo entenderlas, sino llevarlas a la vida. Nos pides que seamos los últimos, servidores de todos, que tengamos un corazón de niño. Entonces, Señor, en esta actitud alcanzaremos el perfil que han tenido las personas justas. Pero, ten en cuenta, que en el trayecto, también pagaremos el precio de acoger tus instrucciones; nos pondrán a pruebas por tu causa. Queremos corresponderte, y hacer nuestras las palabras del salmista: “Oh Dios, sálvame por tu nombre, sal por mí con tu poder. Escucha mi súplica. Eres mi auxilio, sostienes mi vida”.
- ¿Qué tan hondo calan en mi corazón estas enseñanzas de Jesús: ser el último, ser servidor?
- ¿Qué ramas tengo que podar para que reluzca en mis actitudes un corazón de niño?
- ¿Cómo concretizo ser una persona justa en lo cotidiano? ¿Qué precio pago por la justicia? ¿Dónde me amparo para perseverar en el camino del bien?