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TIEMPO DE ADVIENDO: QUE SEAN ABIERTOS NUESTROS OJOS

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EVANGELIO DE HOY: 03/10/21 (M t 9,27-31)

El evangelio de hoy nos narra sobre dos ciegos que seguían a Jesús, gritando: “Ten compasión de nosotros, hijo de David”. Nos detenemos en detalles de estas dos personas que tenían conciencia de ir detrás de Aquel que es la Luz. Podían escuchar, movilizarse, hablar, sin embargo les faltaba la visión, vivían insatisfechos.

En su carencia y necesidad estos ciegos se respaldaban: iban juntos y deseando lo mismo. Observemos que Jesús no se detuvo con ellos ni los atendió hasta que llegasen a casa. Uno pudiera meterse en la escena y discurrir qué estaría pasando en sus corazones mientras caminaban en oscuridad… qué pensarían a cada pisada; y al mismo tiempo, qué ocurriría en el silencio de Jesús, qué propósito perseguiría hasta hacerlos llegar a la meta, la casa. Cuando se dice que ellos iban gritando, se entiende que iban repitiendo lo mismo…. “ten compasión de nosotros, hijo de David…”. La fe de estos ciegos les había llegado por el oído. Con la expresión estaban divulgando la promesa que ya se cumple.

Con los oídos afinados, en el momento en que los ciegos no escuchan las pisadas de Jesús, se detienen. Llegaron a la casa. La casa es el acontecimiento del encuentro. Allí donde se encuentran los ciegos y Jesús, esa es la casa. Jesús, con la pregunta: “¿Creen que puedo hacerlo?” les está provocando, por así decir, una confirmación de la fe que vienen profesando; inmediatamente ellos responden: -“Sí, Señor” (una sabia respuesta para una oportuna pregunta). Ya no le llaman “hijo de David”, sino que dan un paso más profundo, le dicen “Señor”, dejando clara su verdadera y sólida fe.

Jesús prosigue tocándoles; fue necesario. Al mismo tiempo les dice: “Que les suceda conforme a su fe”. En todo el trayecto anterior la fe de los ciegos se fue puliendo y madurando. Jesús les hizo caminar hasta que alcanzasen la fe necesaria para testimoniar el milagro: se les abrieron los ojos, y ellos colaboraron con su proceso de liberación. No importó el que Jesús les prohibiera comentar el acontecimiento. La alegría de poder ver fue suficiente para ignorar el mandato. Estos dos ciegos enseñan, entre tantas cosas, que nadie proclama las maravillas del Señor sin haberlas experimentado. Y que no se habla de Cristo Luz, sin haber recuperado en Él la visión.

Señor, con el salmista te decimos hoy: tú eres nuestra luz y nuestra salvación. Tú eres la defensa de nuestra vida, ¿a quién temeremos?, ¿quién nos hará temblar?. En este tiempo de adviento queremos ir tras de ti, Señor. Déjanos caminar y caminar hasta que maduremos lo suficiente. Y cuando lo creas necesario, detente y entremos en casa, (nosotros en ti y tú en nosotros). Devuélvenos la visión. No queremos más cegueras en nuestras vidas. Que a tu compasión se abran nuestros ojos; tócanos y deja que escuchemos tu Palabra. Por favor, no nos pidas silencio porque no podremos callar tu obra en nuestras vidas.

  1. ¿Se han abierto mis ojos o aún apelo a la compasión del Señor para que se abran?
  2. ¿A quién voy siguiendo en el camino de la vida?
  3. ¿He sentido llegar a casa (al encontrarme con Jesús)?