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ADMIRABLE LIBERTAD DE LOS HIJOS DE DIOS

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EVANGELIO DE HOY: 4/2/21 (Mc 6,14-29).

La frase del rey Herodes ante los rumores sobre la identidad de Jesús: “Es Juan, a quien yo decapité, que ha resucitado”, muestra en él un remordimiento de conciencia, una perturbación del hecho que le perseguía. Llama la atención las siguientes afirmaciones; Herodes:

  • Respetaba a Juan
  • Lo consideraba un hombre honrado
  • Lo tenía como un santo
  • Era su protegido
  • Al escucharlo quedaba desconcertado
  • Sentía gusto al oírlo…

Con todas estas evidencias nos preguntamos: ¿Por qué lo había apresado?, ¿por qué no lo libró de la muerte, cuando Herodías y su hija conspiraban contra él? Sencillamente, porque Herodes, siendo el rey, estaba preso, no por barrotes ni cadenas, sino preso del qué dirán, de los comentarios, de su apariencia; estaba preso de la audiencia que le rodeaba, hasta tal punto que prefirió negar su conciencia para complacer a su público. El episodio nos muestra un contraste entre la esclavitud de Herodes y la santa libertad de Juan. El rey pudo encadenar su cuerpo, pero no su pensamiento, su convicción, su fidelidad a la justicia de Dios que lo acompañó en todo momento.

Juan no buscó complacer a quien tenía todo el poder terrenal en sus manos. Imagine si lo hubiese complacido: él que, diciendo la verdad del pecado en la cara del rey, ya había ganado su simpatía. Este espejo nos dice lo que significa la honestidad humana y espiritual; lo que implica mantenerse firme en agradar a Dios y sólo a Él, aunque terminemos como “vasitos a ser servidos en bandeja”. Así terminan, en este mundo, los amigos de Dios. El texto concluye diciendo que los discípulos de Juan recogieron su cuerpo; nosotros sabemos que el Espíritu de Dios, conservó su alma en un lugar digno para el más grande nacido de mujer.

Señor: el evangelio nos da una seria lección de vida. Necesitamos silencio interior para poder identificar, en este momento de nuestras vidas, a quién estamos complaciendo, a quién buscamos agradar. Danos algo de esa seriedad y honestidad espiritual de Juan Bautista. Deseamos esa firme convicción de que nos debemos a ti. Quita nuestros miedos, nuestros temores al qué dirán. Enraizados en ti, Señor, ganaremos libertad de espíritu para actuar según tus designios y permanecer en paz.

  1. ¿A quién estoy buscando agradar: a Dios o a las personas?
  2. ¿Por qué ejecuto mis acciones?
  3. ¿He ganado libertad de espíritu o aún tengo cadenas que atan lo que Dios siembra en mi corazón?