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CAMINO PARA LA CUARESMA: HACIA EL AUTÉNTICO SEGUIMIENTO DE JESÚS.

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EVANGELIO DE HOY: 3/3/22 (Lc 9,22-25).

 
Jesús dijo a sus discípulos: “El Hijo del hombre tiene que padecer mucho…y resucitar al tercer día”. En pocas palabras les sintetiza el itinerario de su vida, incomprensible para ellos en ese momento. Primero se dirigió a la comunidad de los Doce, luego a la audiencia en general, agregando: “El que quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz cada día y venga conmigo”.

Ya los Doce habían iniciado ese proceso libremente, pero el Señor abrió el abanico para que otros y otras también lo hagan, según la decisión personal. Brevemente vamos a meditar sobre estas condiciones que el Señor coloca, pues se convierten para nosotros en tarea espiritual, especialmente en este tiempo de cuaresma.      
 
¿Qué significa negarse a sí mismo? Nos dejamos iluminar por el papa Francisco: “Cuando la vida interior se clausura en los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de su amor, ya no palpita el entusiasmo por hacer el bien… La persona se convierte en resentida, quejosa, sin vida, amargada” (Cf. EG 2).
 
Negarse a sí es el paso, con la fuerza del Espíritu, de la esclavitud a la libertad. Implica descentrarse de uno mismo, dejar de ser su propia referencia y motivación. Es el proceso de muerte de los deseos egoístas que suelen acechar como sombra. Es renunciar al “yo” primero.

La Virgen María, en el Magníficat, nos enseña a dar este paso: observemos que cuando “se mira” sólo lo hace para contemplar las obras que el Señor ha realizado en su vida y por medio de ella; luego la Madre saca la mirada de su persona, y la coloca en los demás, cantando las proezas que el Dios de la misericordia realiza en medio de su Pueblo.
 
La negación de sí trae como fruto el asumirse hijo de un Padre con muchos hijos e hijas. Es la primera exigencia en el seguimiento. Vaciarse de uno mismo para que Cristo tenga espacio y lugar en nosotros. La negación personal le permite a Dios nacer dentro. Por tanto, se trata de una negación fecunda. En un primer momento es difícil, pero cuando se atraviesa la sombra del “yo”, surge el espacio luminoso, aquel del cual gozaron los santos y las santas. En adelante, ya no se gobierna uno mismo al antojo personal, sino dirige la voluntad de Dios, desde dentro.
 
“Cargar con la cruz de cada día”: en esta altura espiritual, el peso que se carga no deriva de uno mismo. Sino que es la cruz bienaventurada. Se sufre por lo que Cristo ha sufrido. Llevando a Cristo dentro se comparten sus mismos dolores. Los pesares cotidianos tienen otro sentido, otra dimensión. Son padecimientos que no desesperan ni hacen perder el horizonte. La vida y sus complejidades se interpretan a la luz de la fe. Nace la firmeza, la esperanza y la confianza.  
 
“Seguirle”…. Este es el resultado del proceso anterior. Contemplemos que el seguimiento implica un camino de “configuración”, de unión íntima con el Señor. Seguirle implica no sólo parecerse a Él, sino ser Él mismo. El seguimiento de Cristo testimonia una vida marcada por la humildad, la sencillez, la compasión… y todo lo que se le pueda añadir donde se revelen, en la tierra, los tesoros que abundan en el cielo.
 
Con el Salmo 1 rezamos: dichosa la persona que ha puesto su confianza en el Señor… Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.
 
1. ¿Cómo puedo ir muriendo a mí mismo para vivir santamente?
2. ¿Cuál cruz estoy cargando cada día? ¿De dónde viene su peso?
3. ¿Estoy satisfecho con la manera en que sigo a Jesús? ¿Puedo tomarme el seguimiento con mayor seriedad?