Vie. Abr 19th, 2024

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“HIJOS E HIJAS DE UN MISMO PADRE”.

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EVANGELIO DE HOY: 12/03/22 (Mt 5,43-48). 

En este tiempo de cuaresma se nos invita a caminar hacia el Padre, cuya naturaleza es el amor. Cuando Jesús nos dice: “Amen a sus enemigos”, “recen por los que les persigan”, nos manda a amar como Dios lo hace y desde su propio ser. Recordemos que dicho amor fue derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado (Cf. Rm 5,5), de manera que tal perfección no se alcanza ni siquiera por mérito personal, sino porque la gracia nos asiste.
 
En el corazón que busca la santidad no hay espacio para disputas entre el “odio” y el “amor”. Se nos plantea una sola dirección, un solo rumbo, que, en situaciones de persecuciones, ha de ser acompañado con ruegos y oración.
 
A la altura de Dios, de su misericordia, y para su providencia, las personas no se dividen en “malas” y “buenas”, en “justas” e “injustas”; sencillamente hay hijos e hijas, que esperan su sol y necesitan su lluvia. Esta inclusión divina es lo que distingue el criterio de Dios. Lo mueven sus entrañas. La Biblia nos enseña a llamar a Dios Padre, pero realmente se comporta como una Madre. 
 
Uno pudiera preguntarse ¿cómo ser cada vez más hijos e hijas de su Padre? ¿Cómo parecerse más a Él? El mismo pasaje nos dice, en otras palabras, “que nuestro amor, nuestros favores, nuestras delicadezas, nuestra solidaridad, se abran abanico también allí donde hemos recibido maltrato”.

Llama la atención la práctica y sencilla, pero de valor espiritual, que también se nos presenta: “saludar, relacionarse, considerar a todos, no sólo a quienes pertenecen a la comunidad, al ministerio…”; se trata de no privar a nadie del amor que se nos fue dado, como don, para repartir.
 
El evangelio de hoy nos pone a todos a vivir cotidianamente en ejercicios espirituales. Porque se nos plantea que estemos al acecho para saltar de nuestros egoísmos, de nuestras medidas, de nuestros resentimientos, de nuestro campo de observación hacia el corazón mismo de Dios.

Esto no se alcanza mínimamente si faltase la oración. La oración es la gracia que permite que el corazón se ensanche y que misteriosamente vaya configurándose con el corazón vivo del Padre. Ya se preguntó un santo: “¿Hay mayor pobreza que no poder amar?”.
 
Señor, como dice el Salmo 118: “Quiero meditar en tus ordenanzas y tener ante mis ojos tus senderos. Abre mis ojos para que yo vea las maravillas de tu Palabra”.

Nos da mucha paz y confianza el sentirnos hijos e hijas de un mismo Padre, hermanos de Jesucristo, su misma carne, peregrinos hacia la nueva Jerusalén. Danos la gracia, Señor, de invertir nuestras fuerzas y nuestros deseos en aquello que es válido hasta la vida eterna, el camino de perfección que nos presenta.

  1. ¿Para quiénes son mi “sol” y mi “lluvia”?
  2. ¿A quiénes estoy saludando, mirando; con quiénes comparto mi sonrisa?
  3. ¿Estoy economizando el amor o está creciendo, fortaleciéndose, aumentando?
  4. ¿He sentido mi corazón ensanchándose por la vida de oración?