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JUEVES SANTO: HORA DE AMAR HASTA EL EXTREMO

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EVANGELIO DE HOY: 14/4/22 (Jn 13,1-15).

Hoy celebramos cuatro realidades inseparables entre sí, secuenciales: el testamento de Jesús (Él mismo se nos da en herencia); la institución del sacerdocio; día del amor fraterno; Eucaristía y nuevo modo de vida. Se trata de dimensiones consistentes, que podrían acogerse, a la vez, desde la expresión: “Los amó hasta el extremo”. Meditemos cómo este amor se expresa y nos desafía a lo largo del relato:

Se inicia diciendo: “…sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos…, los amó hasta el extremo”. ¡Maravilloso! Se dice que los amó…, pero ya, al quedar poco tiempo, la entrega es condensada, las palabras más penetrantes, los gestos intensos, la donación hasta la muerte.

El Sumo y Eterno Sacerdote, interrumpe la cena para decirnos, humildemente, cómo se ama. Cada uno de sus siete silenciosos movimientos nos convierte y nos transforma. Contemplemos con los discípulos:

  1. Se levanta (el amor no es teoría ni broma).
  2. Se quita el manto (se despoja de su condición).
  3. Toma una toalla (se hace esclavo, haciendo el oficio de éstos).
  4. Se la ciñe (es la autoridad de quien sabe lo que hace).
  5. Echa agua en la jofaina (el agua de la fe, lava, purifica, purga, renueva).
  6. Se pone a lavarle los pies (aunque casi todos estaban limpios, a quien camina se le ensucian los pies. Les quita las faltas cotidianas de cada día).
  7. Secándoselos con la toalla… (quien ama no deja las cosas a la mitad, las hace bien).

Estamos todos en esta última cena. No sólo contemplemos, sino que nos sintamos como los discípulos de Jesús; intentemos comprender a Pedro. ¿Usted imaginó el silencio de la sala? ¿Intentaríamos escuchar el sonido del agua?, ¿y cuando ya Jesús, por fin, llega hasta él? ¿Usted, qué sentiría al ver a Jesús agachado a sus pies en estas situaciones? Es ahí cuando el discípulo reacciona y dice: – “¿Lavarme los pies tú a mí?… No me lavarás los pies jamás”… Jesús le argumenta a Pedro que, en ese momento no entiende. Pero que si no se deja lavar los pies, no tiene nada que ver con Él.

“Dejarse lavar los pies” en la conciencia de la dignidad de quien los lava es fuego purificador. No nos quedemos en la imagen literal, como tal; sino en el interés, que parte del amor, para que cada uno de los suyos quede preparado, y con las actitudes necesarias para que sean otros Cristo, sus representantes en la tierra. Jesús regresa al Padre, pero quedándose sacramentalmente, en la Eucaristía.

De ahí que una niña, de apenas 6 años, cuando le preguntaron quién es un sacerdote, dijo: – “Es alguien que nos trae a Dios”. Cuando Pedro dice: “Señor, no solo lávame los pies, sino también las manos y la cabeza”, nos recuerda el óleo de la unión sacerdotal. Y esa hermosa frase del Salmo que dice: “Me unges con aceite nuevo” (Sal 91,11).

Señor: nos preguntas “¿Comprenden lo que he hecho con ustedes?” Claro que sí, te decimos, lo comprendemos; ahora nos falta digerirlo e irlo viviendo seriamente; en ti, también somos pueblo sacerdotal. Tu ejemplo es vivo y eficaz. Nos ha mostrado la forma de amar. Danos la gracia de la humildad y del servicio. Ayúdanos a ser valientes, como tú, para lavar los pies de los hermanos y sentirnos felices en el ejercicio.

También queremos orar por la santidad de nuestros sacerdotes, esos bautizados que has llamado al Orden. Tu vicario, el papa Francisco, nos ha dado cuatro elementos para tenerles presentes en nuestras súplicas, y que así se mantengan fielmente: cerca de Dios, cerca del obispo, cerca de los demás sacerdotes, y cerca del Pueblo de Dios.

  1. ¿Cómo es mi amor: medido, calculado, entregado, en camino hacia la meta de amar hasta el extremo?
  2. ¿Cómo estoy colaborando con la santidad de los sacerdotes y cómo los sacerdotes están colaborando con nuestra santidad?
  3. ¿Estoy viviendo cada Eucaristía como si fuese la última?
  4. ¿Cómo acojo, en este contexto, la frase del Salmo 115: “Cómo le pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho”?