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“ALÉGRENSE, NO TENGAN MIEDO, ANUNCIEN…”.

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EVANGELIO DE HOY: 18/4/22 (Mt 28,8-15).

El evangelista Mateo nos cuenta que las mujeres, luego de haber recibido, por medio de ángeles, la noticia de la resurrección, se marcharon a toda prisa del sepulcro. Regresaban con dos emociones: “impresionadas” y “llenas de alegría”. 

Notemos la diferencia entre, cómo llegaron al sepulcro, y cómo se iban; además, observemos que si fueron a un lugar de muerte, ahora se distanciaban del mismo. Ellas regresaron con un propósito noble y justo: anunciar a los discípulos el acontecimiento. Jesús, saliendo al encuentro de estas mujeres, les dio tres mandatos:

  1. “ALÉGRENSE”.

¡Cuánta falta nos hace este primer consejo! El motivo de la alegría ya está dado. Y se confirma, ahora no por mensajes de ángeles, sino por la misma aparición del Señor, quien les sale al encuentro. El Señor no quiere felicidad medida, calculada, aguada, sino plena. Él la completa cuando se les manifiesta, dándose a conocer, revelándose. Como respuesta, ellas se postran a sus pies; un gesto que las hace mujeres adoradoras, reconocedoras de la dignidad divina de quien ha salido a su encuentro.

  1. “NO TENGAN MIEDO”.

Si ellas regresaban cargadas de impresión y de alegría, ahora el Señor quiere la alegría pura, sin distracciones ni dudas. El miedo interrumpe la experiencia, la debilita. Aquí se nos describen las características del anuncio; ha de ser en alegría y confianza. “No temas”, es el mismo consejo que el ángel había dicho a María, garantizando que el Señor estaba con ella. Aquí sucede igual, sólo que por boca de Jesús. Una vez con las actitudes interiores necesarias, viene el tercer mandato:

3. “VAYAN A COMUNICAR A MIS HERMANOS…”.

Recordemos que al comienzo del relato, a los amigos de Jesús, se les llamó “discípulos”; ahora Jesús se refiere a éstos como “hermanos”. Son las mismas personas, los que estuvieron en intimidad con Él, ahora con un trato distinto, más próximo. Les manda a decir: “… que vayan a Galilea, donde lo verán”. Jesús, primero se les aparece a los más cercanos, porque con esto garantiza la experiencia imprescindible para ser sus mensajeros.

Señor, rezamos con las palabras del salmista: “Bendeciré al Señor, que me aconseja, hasta de noche me instruye internamente. Tengo siempre presente al Señor, con Él a mi derecha no vacilaré… Me enseñarás el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha”.

1. ¿Cómo experimento y se manifiesta en mí la alegría del Señor Resucitado?
2. ¿De cuáles temores me desea liberar el Señor?
3. ¿De qué manera estoy siendo mensajero y mensajera de vida nueva?