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AMOR, FIDELIDAD Y ALEGRÍA:
PILARES DE NUESTRA ESPIRITUALIDAD.

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EVANGELIO DE HOY: 19/5/22 (Jn 15,9-11).

En pocos versículos Jesús sintetiza tres pilares de la espiritualidad cristiana expresados en las frases: “Como el Padre me ha amado, así los he amado yo”; “si guardan mis mandamientos… lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre”; “… para que mi alegría esté en ustedes, y su alegría llegue a la plenitud”.

El primer fundamento de la espiritualidad cristiana es el amor. En las páginas del evangelio tenemos el modelo del amor al que estamos llamados. Jesús no se lo inventa, lo revela; ha nacido del Padre. En el Padre lo ha vivido y desde Él nos lo reparte, lo derrama, lo consuma.

Este amor se concretiza, se demuestra, se testimonia. Es corriente en salida, invita a salir de uno mismo y a darse a los demás sin intereses publicitarios. Es discreto, también eficaz. Se empeña en consolar, conducir a Dios. No tiene medidas; implica ejercicio cotidiano, fogueo del corazón, sacrificio para pulir y purgar nuestros modos humanos.

De este amor que Jesús nos habla no se puede hablar. Lleva al silencio y a la sana confrontación. Nos eleva a los caminos de santidad en la medida en que permanecemos en Él. “Quien en amor anda no cansa ni se cansa” (San Juan de la Cruz).

El otro pilar que destaca el pasaje es la fidelidad. ¡Fidelidad!, que virtud tan grande, tan elevada, tan sustanciosa. Nace preguntarse cómo está la fidelidad en nuestros días, en nuestras familias, en nuestros corazones. Así comprendemos a Jesús cuando nos habla de “guardar sus mandamientos”, como Él ha guardado los del Padre.

Nos damos cuenta que se trata de una actitud que no la modifican las circunstancias, porque la fidelidad no es asunto de sentimientos ni de emociones, sino de convencimiento. Esto recuerda mucho un principio en la cultura bíblica del antiguo Israel: a Dios no se le prometen cosas, porque prometer y no cumplirlo es un escándalo. Vale, en este sentido, callarse y hacerlo.

El tercer elemento que destaca el pasaje es la “alegría”. ¿De qué alegría se trata? No es el “alboroto” vacío, sin sustancia. Tampoco es el goce de una vida superficial, que no deja huellas ni siembra nada bueno… La alegría que Jesús nos da nace de la aceptación de Él como amor perfecto. Nace en el corazón que le sabe corresponder en fidelidad.

Brota en quien ha encontrado en Él sentido de la vida, y deja de andar mendigando, regateando, olfateando otros quereres fuera de Él y en Él. En la medida en que vamos permaneciendo en su amor, la alegría se va consolidando hasta alcanzar la plenitud que nos tienen prometida.

Señor: en esta mañana nos presentamos ante ti para mostrarte nuestros corazones. Contempla en nosotros el nivel de amor, fidelidad y alegría. Deseamos crecer, madurar en tus enseñanzas; que la comunión con tu cuerpo y con tu sangre, sean para nosotros escuela de resurrección.

1. ¿Cómo se ha expresado el amor de Dios en mi vida y cómo le correspondo?
2. ¿Qué decir de la fidelidad en mi vida: cómo ha sido con Dios, conmigo mismo, con los demás?
3. ¿Soy una persona alegre en el Señor; o sea, realizada en Él, plena? ¿En su corazón encontré mi casa?