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EL NACIMIENTO DE JUAN BAUTISTA: ILUMINA EL MISTERIO DE NUESTRO NACIMIENTO.

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EVANGELIO DE HOY: 23/6/22 (Lc 1,57-66.80).

Hoy celebramos la natividad de san Juan Bautista; nos anima a descubrirnos como sueño de Dios. No somos, los seres humanos, cualquier ser vivo en esta tierra. La historia de Juan nos empuja a leer nuestra historia con los ojos de fe; vivamos esta hermosa aventura, y creamos de verdad, porque aquí encontramos la razón de nuestra existencia: “Cada uno somos proyecto del Padre para encarnar y reflejar, en un momento determinado de la historia, un aspecto del evangelio” (Cf. GE 19).
 
Dice el pasaje bíblico: “A Isabel se le cumplió el tiempo del parto y dio a luz un hijo”. ¿Cuántas veces hemos escuchado a la mamá decir sobre este tiempo, donde nosotros nacimos? Las mamás nos recuerdan. Nosotros no podríamos hacerlo. Y detrás de este acontecimiento se encuentra una escuela de vida creyente, de la que nos habla Isaías 49: “Estaba yo en el vientre, y el Señor me llamó; en las entrañas maternas, y pronunció mi nombre”. El mismo misterio es dicho por el salmista: “Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno”.
 
Nuestro humilde comienzo ha sido posible por la intervención divina. Estamos formados para volver a escuchar, hoy, el acento de Dios, silencioso, en el corazón, pronunciando nuestro nombre. Ese nombre que nos dio desde el vientre. No ha de ser invento de los padres. Dios lo da y con él designa la misión que hemos de realizar en este mundo. Por tal motivo, a pesar de la alegría que tenían los vecinos y parientes de Isabel y Zacarías, al ser testigos de la misericordia de Dios, pues dos ancianos fueron escogidos para que naciera el hombre “más grande nacido de mujer”, éstos no fueron complacidos cuando intentaban darle nombre al niño. Prevaleció el designio de Dios, “se llamará Juan”.
 
Cuando Zacarías, en medio de su mudez, pudo escribir en una tablilla, respaldando a Isabel: “Juan es su nombre”, se le soltó la lengua y empezó a hablar bendiciendo a Dios. Al canto de Zacarías se unen todos los padres agradecidos de Dios, que ven en cada hijo un misterio. En María y José, en Isabel y Zacarías, se contempla la misión de los papás: acompañar a los niños y a las niñas según el querer de Dios, dóciles ante esta santa voluntad, sin ser piedra de tropiezo.
 
Aunque seamos adultos hoy, si no nos hemos cuestionado, es hora de hacerlo. La gente con Juan se preguntaba: “¿Qué va a ser este niño?”; preguntémonos con sinceridad: ¿Soy el hombre que Dios ha soñado? ¿Soy la mujer que Dios ha soñado?.. Mi consagración religiosa, mi sacerdocio, mi matrimonio… ¿lo voy conduciendo desde el querer de Dios? ¿Quiero, en esta vida, lo que Dios quiere? ¿Cuál es la razón de mi existencia? ¿Qué sueño está gobernando mi vida? ¿Estoy ciega o ciego a lo que el Señor espera de mí? ¿Qué me está entreteniendo? ¿Qué me hace perder el tiempo para vivir antes de morir?  
 
San Juan Bautista: tú que preparaste el camino del Señor Jesús, con humildad, con toda la seriedad posible, ayúdanos a tomar a Dios en serio, queremos ser personas de una sola pieza. Danos deseos de ser pobres, de vivir con lo necesario; y danos tu valentía para anunciar y denunciar, aunque acabemos con la dignidad de los mártires: “con la cabeza en una bandeja”.