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UN AMOR EXIGENTE.

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LECTURAS DE HOY: 17/3/23 (Os 14,2-10; Sal 80; Mc 12,28b-34).
 
Las lecturas de estos días nos recuperan el lenguaje profético; hoy nos habla Oseas para recordarnos una palabra exigente y radical: “¡conviértete!”. Quizás no sea de los términos que más gusten en estos tiempos, sin embargo, se hace necesario, porque hemos tropezado de alguna manera. Los tropiezos son los obstáculos que nos distraen en el camino hacia Dios, aquellas cosas que nos hacen cojear y dar una respuesta vacilante o caduca. La profecía no se cansa de anunciar que aún estamos a tiempo de volver.
 
El fundamento para volver a Dios es que su amor nos espera. No está esperando para reprochar, sino para perdonar profundamente, curar los extravíos, y darnos su gracia. Dios mismo, dice el profeta, sabe que no merecemos su amor, pero nos ama. No quiere vernos secos, sino florecidos, arraigados, esplendorosos por la fe, y con frutos de santidad.
 
Referente a esta categoría de amor, que se expresa en Antiguo Testamento, un escriba le pregunta a Jesús sólo por el primer mandamiento entre todos. Jesús, con autoridad, le dice: “Escucha Israel, el Señor nuestro Dios es el único Señor, y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser”. Jesús, le añade, seguidamente, el segundo, por el cual, el escriba no había preguntado: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”.
 
Cuando el escriba retoma las palabras de Jesús, en forma sintética, y dándole su razón, hace un comentario interesante, que el Señor no había mencionado, cuando alude al segundo mandamiento. Este añadido es: “amar al prójimo como a uno mismo vale más que todos los holocaustos y sacrificios”.
 
Señor, en mi pobreza me enriqueces con tu amor. Me nutres de amor para que yo tenga con qué amar. Aunque no merezca nada te necesito. Te miro y me miro, y descubro mi pequeñez. Tu grandeza, que se abaja por mí, me hace cuestionarme: ¿qué he estado buscando fuera de ti? Pobre torpeza mía, Señor. Quiero sacrificarme para amar como tú amas. Este es el sacrificio que deseo asumir. No se entiende el amor sin el martirio cotidiano. Porque querer de verdad exige la negación de uno mismo, de cara a ser escalera donde el otro tenga acceso al cielo.
 
1. ¿Qué “dios” extraño exige lugar en mí corazón?  
2. ¿De dónde me ha sacado el Señor? ¿Cómo me ha mostrado su misericordia?  
3. ¿Dónde me alimento para recuperar las fuerzas para amar?  
4. ¿Si Dios me ama sin merecerlo, yo exijo de los demás algo para que merezcan mi amor?