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PROMESAS Y EXIGENCIAS DEL SEÑOR

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LECTURAS DE HOY: 30/3/23 (Gn 17,3-9; Sal 104; Jn 8,51-59).

La imagen de Abrán caído de bruces (rostro en suelo), nos habla de la postura interior que hemos de tener a la hora de escuchar a Dios. A cualquiera le gustaría escuchar en silencio las promesas de Dios para su vida y porvenir. Pero también han de integrarse las exigencias y las pruebas del camino. Dios sella sus bendiciones futuras en este hombre, que será para nosotros padre de la fe. Es el espejo de quien confía más allá de lo que pueda ver o palpar.
 
Abrán se levanta del suelo con otro nombre, Abrahán; representa una nueva vida. Es lo que nos sucede a nosotros cuando madura nuestra fe. Cuando creemos sinceramente en el Señor nos cambia todo. Los obstáculos no distraen. Las perturbaciones no toman el control de la vida. El miedo desaparece. Porque quien confía en el Señor ancla el alma en su Palabra. La firmeza se convierte en alfombra de sus pies; sus rodillas no vacilan. Su corazón se mantiene centrado.
 
La fe de Abrahán contrasta con la incredulidad de los judíos, con los que Jesús entabla una seria confrontación. Ellos no creen que Jesús es el Señor, el Hijo de Dios. Al no creer, no pueden guardar su Palabra. Si no guardan su Palabra no reciben la bendición de vivir para siempre.
 
La actitud de los judíos nos advierte sobre esta importante secuencia referente a la promesa del Señor: “creer”, “guardar”, “vivir”. Podemos decir que creemos, pero en la práctica vivimos dudando de todo. Las promesas están acompañadas de exigencias.  
 
El evangelio nos deja claro que para creer es necesario conocer. ¿Cómo vamos a creer en quien no conocemos? De ahí el empeño de Jesús en revelarnos todo lo que por nuestra cuenta no tenemos acceso. En la Palabra cotidiana el Hijo nos da a conocer al Padre. Aunque lo ha dicho todo, vamos madurando la manera en cómo comprender lo revelado. Mientras más conocemos más aumenta nuestra fe.
 
Señor: enséñanos a confiar como tú confías. Hasta en la cruz sigues haciendo promesas para todos aquellos que creen. Bendito sea por siempre el don de la fe, que nos permite atravesar hondos pantanos sin temor a que nuestros pies se estanquen. Gracias por mantener tu Palabra. Que mantengamos siempre tus exigencias en nuestro corazón.

1. ¿Qué tan hondo cala en nuestro corazón el Credo que profesamos? 
2. ¿Cómo desmenuzamos la fe en la vida cotidiana? 
3. ¿Podríamos esperar promesas de interés personal, cuando descuidamos los intereses de aquel que promete?