Vie. Jul 26th, 2024

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AGRADAR A QUIEN VE LO ESCONDIDO Y ESTÁ EN LO SECRETO.

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LECTURAS DE HOY: 21/6/23 (2Cor 9,6-11; Sal 11; Mt 6,1-6.16-18).

Las enseñanzas de Jesús nos dan claves para vivir desde la vida interior. La interioridad puede ser comparada con las raíces que sostienen un árbol. Estas, enterradas en la tierra, no se ven, sin embargo, son las que lo soportan. Así pasa con la persona que ha hecho opción por Dios; no le interesa que la vean en su relacionamiento con el Señor ni con los hermanos. No se anuncia a sí misma ni con hechos ni con palabras.
 
No creamos que es fácil llegar a este nivel de desapropiación. De hecho, es una gracia que hay que pedirla y ejercitarla. De alguna manera estamos tentados a buscar reconocimientos. Pero el evangelio, hoy, nos habla de otro camino distinto. Aquel que está en lo secreto. “Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha”. Si Pablo, en la primera lectura, insiste en la generosidad entre los hermanos, aquí Jesús coloca la “cereza del pastel” cuando nos llama a la prudencia en todos los actos de fe y caridad.
 
“Entrar en el aposento y cerrar la puerta”. Es una imagen hermosa que el Señor aplica a la vida de oración. Cuando se cierra la puerta no se sabe lo que acontece entre los amantes. Ese entrar, es buscarlo y encontrarlo allí, en lo profundo de nosotros mismos. Lo externo dispersa, distrae, interrumpe. Entrar y cerrar la puerta es desentenderse de las miradas curiosas. Es liberarse de llamar la atención. Este “cerrar la puerta” habla de recogimiento. Este recogimiento tan necesario donde el Espíritu encuentra el alma dispuesta para hacer grandes inversiones de amor.
 
Esos amores a escondidas con el Señor son consuelo y libertad del alma. Porque Él desea que el reflejo de ese amor no sea marchitado por pretensiones humanas. Con esta prudencia, Él busca que el amor se mantenga sano y sin perturbación.
 
Cuando el amor de Dios sostiene, no se anda cabizbajo por los sacrificios. Contrariamente, nace el aroma de la alegría al poder ofrecer algo por quien lo ha dado todo por nosotros. Cuando el amor madura, la hipocresía desaparece.  
 
El salmista nos presta palabras para rezar cuando dice: “Dichoso quien teme al Señor”. En otras palabras, feliz la persona que le ama y le busca de corazón. Alegre la persona que sabe manejarse con respeto y reverencia, amando a Dios y sirviendo a los demás con prudencia y discreción.
 
1. ¿Quién soy yo cuando estoy en público y quién soy cuando estoy solo? 
2. ¿Me ha liberado el Señor de la tendencia de “hacer el bien y que me vean”? 
3. ¿Tiendo a demostrar a los otros mi relación con Dios? ¿Dejo que la luz, en silencio, ilumine las tinieblas?