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¿DE DÓNDE TE SACÓ EL SEÑOR?

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LECTURAS DE HOY: 28/6/23 (Gn 15,1-12.17-18; Sal 104; Mt 7,15-20).

El Señor le dice a Abrán: “Yo soy el Señor que te sacó de Ur… para darte en posesión esta tierra”.  El mismo Dios es el protagonista del rescate de su siervo. Lo rescató de la pequeñez para la amplitud, de la esterilidad para la fertilidad, del desconsuelo para la dicha, de la alegría parcial para la alegría plena… Es Dios quien se lo dice. Se lo recuerda. Con esta memoria reafirma la fuerza de su Espíritu.  
 
De igual manera, cada uno de nosotros tuvo un comienzo. Es bueno conservar la memoria e identificar agradecidamente de dónde nos ha sacado el Señor, cómo fueron esos inicios. No solo en sentido material, que también es válido: recordar, para sacar provecho, esos tiempos de precariedad y necesidades. Esto ayuda a no ser exigentes, a adaptarse a las circunstancias con paciencia, a ser compasivos y solidarios con los demás. El Señor también nos ha sacado de estrecheces mentales, de posturas cerradas, de vicios, de amistades dañinas, de superficialidades…
 
El Señor condujo a Abrán, de forma pedagógica. Le “sacó fuera”. Le invitó a salir del propio techo, de la venda que cubría su visión, su dicha, su bendición. Y una vez fuera, Dios, incluso, tuvo que decirle: “mira al cielo”. “Mira al cielo, cuenta las estrellas”. ¡Cuánto bien nos hace mirar al cielo! Levantar los ojos hacia arriba, dejar de mirarnos las puntas de los pies. Arriba está el horizonte, la abundante paga, la trascendencia. En un instante el Señor nos dibuja, a base de estrellas, la bendición que nos desea regalar. Mientras Dios mira para abajo para encontrarnos, Él nos invita a nosotros a mirar para arriba, un momento, en sentido de no enredarnos en pequeñeces.
 
Uno no puede resistirse a salir, cuando el Señor habla. Nosotros también tenemos el cielo disponible, pero no siempre nos percatamos de esta santa presencia silenciosa. El cielo está allí, donde el Señor y nosotros, como comunidad, nos encontramos. Es esa relación estrecha de amor y unidad. Cuando salimos de nosotros mismos para abrirnos al deseo de Dios, descubrimos el cielo.
 
En el evangelio, Jesús nos hace reflexionar. No nos han sacado de nuestros encierros para deleitarnos, sino para que desde fuera, demos frutos sanos. Frutos agradables y saludables, no solo en apariencia, sino desde su interior.
 
Señor: gracias, porque nos recuerdas de dónde nos sacaste; quiénes éramos antes de salir contigo. Gracias, Señor, por levantarnos la mirada. Por señalarnos el camino. Por estimular nuestra visión. Gracias, porque no podemos contar las estrellas, como no somos capaces de delimitar la bendición con la cual nos despiertas cada mañana.  
 
1. ¿Y a ti, de dónde te sacaron? 
2. ¿Puedo ver las “estrellas” o todavía hay que decirme: “mira hacia el cielo”? 
3. ¿Me quedo “contando estrellas” o las “estrellas” me inspiran para confiar, obedecer y servir con esperanza? 
4. ¿Estoy ayudando a otras personas, con prudencia y pedagogía, a salir de sus pequeños encierros?