SÍNTOMAS DE “POCA FE”.
3 min readEVANGELIO DE HOY: 4/7/23 (Mt 8,23-27).
En el pasaje de este día, Jesús interpela fuertemente a los discípulos llamándoles “¡cobardes!”; les reprocha su “poca fe”. Siguiendo la estructura literaria del texto vamos a identificar los síntomas de este estado, para tomarnos el pulso y considerar cómo andamos nosotros en esta materia.
Jesús subió a la barca, y sus discípulos lo siguieron. A primera vista resulta sencillo seguir a Jesús. Su persona es fascinante, atractiva, seductora… No pocas veces nos empujan las emociones… pero el seguimiento es mucho más. La fe no se sostiene con sentimientos.
A ciertos kilómetros de nuestras vidas, en el seguimiento de Jesús, nos llegan tormentas. Los temporales se asoman para todos por igual. Vamos en el mismo mar los que tienen fe y los que no la tienen. Sin embargo, cuando la fe es poca, uno le quita los ojos a Jesús y se los pone a las fuertes olas. Nos impresionamos del tamaño de las ondas. Cuando hay poca fe, el propio miedo nos hunde y nos hace beber agua por la nariz.
Cuando la fe es poca, no se comprende el comportamiento de Jesús ni su manera de ser. Se piensa que estando con Él no llegarían las tormentas asustadizas. Por eso, en este débil estado, la persona le grita desesperada; quiere que le resuelvan rápido. Se tiene poca paciencia; no se sabe permanecer sin agarrarse de algo, que aparentemente sostenga. Con poca fe, desaparece la paz en medio del aprieto.
Las situaciones que nos hacen considerar que Jesús “duerme” mientras nosotros nos hundimos, refleja la poca fe; y también la proyectamos cuando se le cuestiona su aparente “indiferencia” ante nuestra agonía. Lo mismo ocurre cuando no guardamos memoria de su persona y su actuación. Se nos olvida, en diversas etapas, que Él es el Señor; quien se pone en pie, y mantiene el control de la historia.
No pudiéramos terminar sin considerar cómo aumentar nuestra fe. Como don, la fe se alimenta de la oración. La fe madura no se improvisa. Como los discípulos, hemos de rumiar el misterio cotidiano de esta pregunta: “¿Quién es este? ¡Hasta el viento y el agua le obedecen!”. Se nos invita a estar convencidos en quién hemos puesto nuestra confianza y nuestra esperanza. Cada día hemos de tomar prestadas, humildemente, aquella sabia inspiración: “Yo creo, Señor, pero aumenta mi fe”.
No quiero ser, Señor, en mi vida de fe, una estatua de sal; de esas que se frisan en el camino, que no avanzan, que no obedecen. Que mis ojos no se distraigan mirando atrás, sino que estén centrados en ti para seguirte con firmeza.
1. ¿Cómo está mi fe?
2. ¿Mi fe tiene raíces que la sostengan en las tormentas?
3. ¿Cuáles “olas” amenazan con hundirme?
4. ¿Qué me dice Jesús cuando me dejo amedrentar?
5. ¿Cuáles es mi alimento para robustecer la fe?
6. ¿Cuáles “vientos” increpa Jesús en nuestra comunidad cristiana?