Vie. May 3rd, 2024

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DIOS ES BUENO,Y MI CORAZÓN LO SABE.

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LECTURAS DE HOY: 7/7/23 (Gn 23,1-4.19; 24,1-8.62-67; Sal 105; Mt 9,9-13).

Hoy, el salmista nos invita a dar gracias a Dios porque es bueno. ¿Quién podría contar todo el bien del Señor en su propia vida? Dichosa la persona que se esfuerza por considerarlo. El comienzo de la santidad es identificar las huellas de Dios en la historia personal, en la humanidad, en toda la creación.
 
La bondad de Dios llena la tierra. El orante lo sabe cuando dice: “Visítame con tu salvación”. Cada día experimentamos la visita de Dios cuando llega. Se hace necesario, para recibirlo, no estar dispersos, sino centrados y despiertos. Él llega con bendiciones incesantes; solo los corazones que saben agradecer se detienen para reconocerlo. De ahí que se nos dice: “Den gracias”.
 
El agradecer a Dios seca cualquier tristeza. Si desea experimentarlo comience a bendecir en este momento. La ingratitud no es agradable a sus ojos. Porque el Señor provee a manos llenas. Y lo más valioso parece pasar desapercibido, que es el aliento, la vida, su mismo Espíritu. El Señor llega con diferentes rostros, con diversos detalles. Aprender a sonreír con estas sorpresas de Dios es una manera de hacer oración.   
 
La bondad de Dios se manifiesta en la primera lectura, cuando Abrahán halló un lugar para enterrar a su mujer Sara; y en Isaac, cuando en medio del duelo por su madre, encontró a Rebeca y, con su amor, experimentó el consuelo de Dios. En el evangelio, la misericordia de Dios se contempla actuando en Mateo, cuando, al ser visto por Jesús, se levanta de la mesa de impuesto y le sigue, dando comienzo a una nueva vida en el Señor.
 
No tendría sentido puntualizar cómo experimento cada día la bondad del Señor si esta no me lleva a desear ser bueno como Él, y a ejercitarme en esta extraordinaria virtud. La conciencia de que Dios es bueno nos destierra de toda malicia. Nos capacita para respetar, como dice el salmo, el derecho y la justicia.
 
Señor: gracias porque tu amor ha tocado mi vida. Tu misericordia, como rayo de luz, ha entrado por las ventanas de mi existencia y ha calentado mi corazón. No me has dejado morir de frío. En silencio y en paciencia has esperado hasta que yo despierte de mi letargo y me haya fijado en ti. Y aquí, Señor, en intimidad contigo, te digo: gracias porque me amas y me provocas amarte. Mi alma se alegra en tu presencia.
 
1. ¿Durante el día, cuál es mi mayor disposición: quejarme con Dios o agradecerle? 
2. ¿Por qué cuando uno se queja mucho se vuelve ingrato? 
3. ¿Vivo de tal manera que pueda, con mi testimonio, recordar a los otros la bondad de Dios?