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ASUNCIÓN DE MARÍA 

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LECTURAS DE HOY: 15/8/23 (Ap 11,19ª; 12,1-6ª.10ab; Sal 44; 1 Cor 15,20-27ª; Lc 1,39-56).

Asunción: Dogma que declara que la Santísima Virgen María tiene una participación muy especial en la Resurrección de su Hijo, por la cual fue elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, una vez terminado el curso de su vida en la tierra” (Catecismo 966).
 
Lo más valioso de tener una Madre, como María, no es sólo contemplarla vestida de sol, amada por Dios, radiante de gracia, como reina y señora del universo. Lo más hermoso de esta historia es que no queda distante, elevada, sino que se interesa porque cada uno de nosotros, sus pequeños, podamos hacer la ruta hacia el cielo mientras somos peregrinos en esta tierra. Ella conoce el camino y, además de darnos la ubicación, nos quiere llevar de la mano para no extraviarnos.
 
El camino hacia el cielo, hacia el corazón del Padre, comienza con la fe en Cristo resucitado. Sin el don de la fe no hay sentido ni ruta. María tuvo una fe probada, práctica, aterrizada a la vida, marcada por la sencillez cotidiana; nos enseña a cultivarla haciendo, desde nuestra realidad, un camino de unión con Cristo, como nos dice Pablo. Porque quien está unido a Cristo no se separa de Él nunca. Pasan juntos la cruz, pero también alcanzan juntos la gloria. María nos muestra la paz y la paciencia para hacer este camino sostenidos por el amor, y gozar de la recompensa. Ella nos adelanta el futuro o el resultado de vivir en Cristo y por Él.
 
Este dogma mariano o esta verdad de fe, la asunción de María, nos hace meditar en el respaldo que tenemos con la comunión de los santos, que ya gozan del cielo y que interceden a nuestro favor; animándonos, diciéndonos que sí es posible vivir y perseverar en la gracia santificante, como lo hizo María. Con razón fueron tan acertadas las palabras de Santa Teresita: “Pasaré mi cielo haciendo el bien sobre la tierra”.

Con la asunción de María queda evidente nuestra vocación a la santidad. No es un invento. No es posible ser mediocre y ser feliz. De ahí la necesidad, como dice el salmo, de cautivar al Rey con nuestra belleza. Nos hace bellos ante Dios un corazón puro, renovado, florecido de virtudes y servicio a los demás.
 
Señor: dame la gracia de ponerme en camino, como lo hizo María. Deseo tener su prontitud para llevar tu mensaje y ser servicial. Que pueda sacudirme de mis miserias y centrarme en las obras que haces en mí y por mí. Que tu misericordia me alcance y me sostenga. Señor, en este mundo de sufrimientos y de tragedias que nos sorprenden, que pueda dar, como María, razones de esperanza.
 
1. ¿Qué camino voy haciendo en esta vida, hacia dónde me dirijo?
2.   ¿Por qué ganamos cuándo sabemos hacia dónde vamos?
3.  ¿Qué cosas debo sacar de mi equipaje y cuáles entrar, para poder entrar al cielo?
4. ¿Qué sería de mi vida si me falta la fe, la esperanza, la caridad?
5. ¿Cómo está mi relación con la Virgen María como madre y guía espiritual?