Vie. Jul 26th, 2024

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¡TÚ ERES EL POBRE, INVITADO!

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EVANGELIO DE HOY: 6/11/23 (Lc 14,12-14).

Estando Jesús, invitado, en casa de un fariseo, le dijo: “Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado”.

Jesús te enseña lo mismo que Él ha vivido y ha hecho contigo. Se ha fijado en ti para invitarte a comer el mejor de los banquetes: su pan de vida, su bebida de salvación (Cf. Jn 6,35. 51). No lo ha hecho porque eres una persona influyente o porque le dará prestigio tu presencia. Ha querido invitarte en la gratuidad del amor y la misericordia. Ha visto en ti la dignidad de hijo o hija de Dios. No te ha invitado porque eres su pariente, sino porque al comer de su banquete quedas siendo parte de su auténtica familia, los que escuchan y practican la Palabra de Dios.

En los pasajes del evangelio, en varias ocasiones, Jesús es invitado a comer. Pero Él mismo no tiene casa donde invitar a banquetes. Su casa es su cuerpo; su banquete, Él mismo. El Señor te invita a entrar en Él. Te alimenta, te sacia, da sentido a tu vida. Te rescata del anonimato. Su invitación te hace importante. Pero importante a sus criterios, por la humildad de quien sabe que nada merece, y que todo es gracia.

Jesús prosigue diciendo en su mensaje: “Cuando des un banquete, invita a los pobres, lisiados, cojos y ciegos; dichoso tú, porque no pueden pagarte; te pagarán cuando resuciten los justos”. La inversión que tú haces con esas personas que no pueden retribuir será asumida por el propio Señor. Por eso, te insiste en que no busques pagas mientras peregrinas por esta tierra. Despréndete de todas las cuentas por cobrar. Borra la lista de aquellos que tú consideras deben regresar con algo. Sé libre en tu entrega. Jesús te revela los secretos más profundos de la identidad de Dios: darse gratuitamente; como ha dado a su Hijo, sin que podamos pagarle dicho abismo de generosidad.

Tú eres ese pobre, ese lisiado, ese cojo y ese ciego. Él, con su banquete de vida, te hace rico, te capacita, te pone en camino, y te devuelve la visión para que vayas y hagas lo mismo que ha hecho contigo. Entonces, intenta responderte en el silencio de tu oración: ¿A quién estás invitando a tu casa, a tus reuniones, a tus eventos? Recuerda que el fariseo invitaba a Jesús con doble intención, ¿y tú, con qué intención invitas a las personas?

Señor: no quiero llevar conmigo un corazón interesado, de esos que esperan un intercambio en la inversión. Dame el silencio necesario para ser feliz viendo que eres tú mismo quien llega en cada persona que no pueda pagarme. Dame, Señor, la gratuidad que no tengo. Perdona mis intenciones baratas. Me da vergüenza no ser parecido a ti. Pero todavía, Señor, estamos a tiempo. Voy a desbaratar la agenda que he hecho con intenciones torcidas. Dime, Señor, esos nombres que tú quieres que sean mis invitados especiales.

Oramos por la cultura de paz. Tú puedes ayudar a que vaya cesando la guerra: desterrando de tu vida la violencia y la agresividad.