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VENGAN CONMIGO Y LES HARÉ…

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MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DE HOY: 8/1/24 (Mt 1,14-20).

Comenzamos, en el aspecto litúrgico, el tiempo ordinario, que se extiende hasta el martes antes del Miércoles de Ceniza… Este tiempo nos trae lo cotidiano de la vida y del misterio de Jesús. El evangelio de Marcos, en este día, nos recoge las primeras palabras que Jesús pronuncia en su vida pública, luego de haber recibido el bautismo y de Juan haber sido arrestado.

“Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios: Conviértanse y crean en la Buena Noticia”. Observa el contenido y la consistencia de estas palabras. Hay una advertencia con relación al tiempo, este se ha cumplido. La conversión es la urgencia pastoral. La transformación necesaria para la llegada del Reino exige cambio del corazón; sin este se haría imposible ser tierra buena para acoger la Buena Noticia: con Jesús llega la liberación y la salvación.

Junto a su mensaje, Jesús comienza llamando a sus discípulos: Simón, Andrés, Santiago, Juan… no eligió a sus más íntimos seguidores haciendo una terna rigurosa o a estilo casting… el criterio de elección estuvo en su mirada. Algo vio Jesús en esos pobres pescadores, y nosotros no tenemos acceso a descubrirlo. Sin embargo, hay una realidad común en estos estos: la decisión de dejarlo todo y permitirle al Señor que los transforme en pescadores de hombres.

Los discípulos dieron crédito a las palabras del Señor. Aceptaron la oportunidad de ser nuevas personas. No se negaron a nacer de nuevo. La vida pasada no les condicionó. La apertura extraordinaria que mostraron les hizo confiar y dar el salto. Se abandonaron en las manos del Maestro de los maestros. No pensaron si lo lograrían o no. El Señor no los llamó capaces, sino que los capacitó; y la única manera de hacerlo era siguiendo fielmente la propuesta, estar con Él y dejarse hacer en sus manos.

Tú y yo, que somos también discípulos y misioneros, nos hemos de preguntar, a esta altura del seguimiento de Jesús, ¿qué estamos pescando? ¿Estamos pescando para Él hombres y mujeres? ¿Dónde están las personas que le conocen a Él mediante nuestro apostolado? ¿De qué están llenas nuestras redes? ¿Dónde las estamos echando? ¿Hacia dónde apuntamos para pescar? ¿Cuáles aguas nos atraen? Revisemos, con cuidado, lo que llevamos a la orilla, ¿qué estamos ofreciendo para el Señor?

Otras preguntas necesarias: ¿Hemos sabido estar con Él? No se trata solo de trabajar para Él, sino de estar con Él, ¿sabemos estar? ¿Nos dejamos transformar en su presencia? ¿Queremos estar con Él sin dejar lo que tenemos que dejar? ¿Cómo resolvemos este conflicto? Lo que el Señor ha invertido en nosotros, ¿ha sido fecundo para su Reino?

Señor: yo también quiero estar contigo. Como el salmista me pregunto cómo pagarte todo el bien que me has hecho. Me has hecho bien con haberte fijado en mí; con la disposición de invertir en mi pobre persona. Estando contigo, Señor, desaparecen mis miedos. No me da miedo la palabra conversión, tampoco me atemoriza la advertencia de que el tiempo se ha cumplido. Me haría temblar el distanciarme de ti, el dispersar mi corazón y embelesarme con propuestas contrarias. Pero por ti, Señor, yo dejo mis redes remendadas y comienzo una nueva pesca.