Vie. Jul 26th, 2024

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ARDE LA LÁMPARA DE DIOS

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MEDITACIÓN DE LAS LECTURAS DE HOY: 10/1/24 (1Sam 3,1-10.19-20; Sal 39; Mc 1,29-39).

“Aún ardía la lámpara de Dios”, es la expresión utilizada en la primera lectura del Libro de Samuel. Elí estaba ya acostado en su habitación, mientras que Samuel lo estaba en el lugar más sagrado del templo, cerca del arca de la Alianza. Dice el pasaje que no abundaba, para entonces, la Palabra o las visiones. Puede considerarse que había cierto silencio de Dios.

Hoy, también puedes estar experimentando la noche de tu vida; en este contexto de confusiones sociales, de crisis de fe, y de liderazgo profético… Sin embargo, la lámpara de Dios sigue ardiendo, no se apaga en medio de la noche. Esta lámpara y su presencia son la misma cosa. Cuando no brilla el sol, su lámpara se enciende. Ella, en silencio, se vuelve eco y te llama por tu nombre, como llamó, por tres veces, al pequeño Samuel.

Quizás no sepas qué hacer con esa voz que te llama en tus adentros. Es la lámpara de Dios inflamada en ti. No puedes controlarla. Solo te queda, como el pequeño Samuel, buscar ayuda; preguntar a quien tiene más experiencia que tú, para que puedas descifrar su voz o su querer. Esa lámpara no cesará de llamear hasta que, con tu obediencia, te conviertas en chispa de la hoguera que irradia tu corazón. Cuando Samuel se dejó quemar por la Palabra, su vida se tornó luz. Sé luz diciendo como Él: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”.

En el evangelio, Jesús te da la clave para que siempre, en tu vida, se mantenga encendida la lámpara de Dios. Él se levantó de madrugada, luego de haberse pasado el día predicando y sanando a los enfermos, para irse al descampado para orar al Padre. Todo el mundo lo buscaba, pero Él sabía que el tiempo fuerte con Dios era necesario para reponer el aceite de la lámpara.

Tú podrías considerar que ya el Señor te llamó y que un día le dijiste que sí. Pero ese sí se añeja, toma óxido, si no lo renuevas a cada instante, como lo hizo la Virgen María. A ti te toca, también a ejemplo del salmista, decir siempre, a la luz de la lámpara de Dios, “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”. ¿Tú la estás haciendo?

El orante del Salmo es claro cuando dice que el Señor no quiere sacrificios ni ofrendas, en el sentido, que Él no desea que tú te desentiendas de entregarte a Él. No quiere tus ritos, te quiere a ti. Por eso, Él se ocupa de abrirte el oído. El Señor se dispone a retirar el cerumen de tu sordera espiritual, para ganar de ti, la disposición de servirle. Su lámpara te incendia hasta escuchar un “Aquí estoy”.

Señor: no quiero decir como fórmula aprendida: “Habla, Señor, que tu siervo escucha” o “Aquí estoy para hacer tu voluntad”, quiero expresar estas actitudes de manera consciente y sincera. Apaga los ruidos de mi alma. Silencia mis adentros. Deseo tocar con mis manos tu lámpara encendida. Gracias, Señor, por iluminar mi noche. Gracias por hacerme, poner los pies en tierra y salir a descifrar tu voluntad, porque necesito hacerla. Gracias, Señor, porque siempre tienes un rayito de luz para mi vida. Que yo pueda custodiarla. Que los vientos contrarios nunca puedan apagar lo que tú has encendido para mí.

Pregúntate en tu interior:

  1. ¿Qué luz ilumina tu noche?
  2. ¿Cómo desenmascarar la falsa luminosidad?
  3. Con tu testimonio de vida, ¿vas apagando o encendiendo lámparas?
  4. ¿Tú experimentas la lámpara del Señor ardiendo dentro de ti?
  5. ¿Cómo estás cuidando que la luz del Señor no se apague en tu vida?
  6. ¿Cuáles amenazas intentan apagarla?
  7. ¿Eres luz de Dios para los demás?
  8. ¿Tú estás queriendo hacer la voluntad de Dios?
  9. ¿Tú estás haciendo lo que el Señor quiere de ti, en este momento?
  10. ¿Tus oídos están abiertos por su Espíritu?