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LA ENVIDIA ES COSA SERIA

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MEDITACIÓN DE LAS LECTURAS DE HOY: 18/1/24 (1Sam 18,6-9; 19,1-7; Sal 55; Mc 3,7-12).

La primera lectura de este día trae un caso de envidia. La envidia que sintió Saúl porque, ante el triunfo con los filisteos, la comunidad les recibía cantando: “¡Saúl mató mil, David diez mil!”. Saúl estaba feliz con la victoria porque David acabó con el gigante Goliat, sin embargo, cuando escuchó aquella copla, todo cambió.

La envidia es un sentimiento amargo, triste, pesado, por el bien ajeno. El envidioso sufre sin que le hagan nada. La envidia entra por el oído, por lo que se escucha; entra también por los ojos, por lo que se ve. Entra por las comparaciones. Se gesta cuando, de manera torcida, se constata que la otra persona tiene bienes o cualidades que uno quisiera poseer, tener, y no puede. Es un sentimiento tan dañino que hasta perjudica la salud física y mental.

En el pasaje, el rey Saúl lo tenía todo, pero también quería que le aplaudieran más que a David. Se molestó. Su envidia fue tan maliciosa que maquinó desaparecerlo. Quiso hacer desaparecer su cualidad asesinándolo. No todos los envidiosos llegan a quitar la vida de la otra persona. Pero sí intentan quitarle el puesto, la palabra, el espacio, la oportunidad… La envidia se preocupa por tapar dones ajenos, para que no brillen, no se ejerciten y, sobre todo, no sean reconocidos públicamente.

¿Tuvieron o no envidia de Jesús? El evangelio de hoy nos evidencia algunos motivos por los cuales sus contrarios no lo toleraban: tenía sus discípulos, le seguía una muchedumbre, hacía prodigios, lo estrujaban para estar cerca de Él, hasta los espíritus inmundos se le postraban; y muchos lo reconocían como Hijo de Dios…

¿Tú has sentido envidia alguna vez? ¿Quieres superarla? El Señor nos da las pautas para salir adelante. Él nos dice: “Quien quiera seguirme, que se niegue a sí mismo, que tome su cruz y me siga” (Mt 16,24). Hemos de suplicar al Espíritu una “voluntad de acero” para poner freno a la tendencia negativa y perjudicial. Hay que enseñar a los ojos a mirar hacia el centro, que es Cristo, cada vez que estos se dispersen embelesados en cosas externas.

La envidia puede ser superada. Comienza ensayando, aunque sea con mucho sufrimiento, reconocer la cualidad que tiene la otra persona, su don, su gracia, o sus bienes… díselo. Intenta mirarle a los ojos. Pero no se te ocurra ir sin prepararte con oración frente al Santísimo. Quédate en el Santísimo hasta que Él se entre en ti profundamente y llene toda tu persona. De manera que no se te vayan los ojos con otra cosa, a no ser con la santidad que Dios te ofrece.

No solo reconozca lo que la otra persona es o tiene; comunícaselo a los demás. Da a conocer lo que tú quisieras ocultar. Promuévelo aunque te cueste sudores. El Espíritu, que te observa en secreto, te bendecirá de tal manera que, en adelante, podrás confirmar que, aquello que haces con esfuerzo, comienza a brotar por gracia. En el ejercicio sincero, tú ni te reconocerás, alegrándote con el bien de los demás. Tú podrás hacer la fiesta porque el otro está de fiesta.

Si la envidia nace de ruidos interiores, entonces el silencio orante la va silenciando. Porque en ese silencio llega la luz del Espíritu que te dice: busca el Reino de Dios y su justicia. La oración te encauza por la ruta del cielo. Ten presente nunca despertar envidia a los otros. No hagas nada para aparentar. Cuando actúas con pureza de intención, Dios mismo se torna tu guardián.

Señor: te pido perdón por las veces en que me he sentido mal, por lo que el otro es o posee, sin que yo lo pueda lograr. Seca, con el calor del Espíritu, todas mis pretensiones superfluas. Enséñame a agradecer lo que tú has hecho por mí, y todo lo que tengo con tu gracia. No quiero ser persona envidiosa, sino persona promotora de valores, de dones y virtudes. Quiero sacar a la luz todo lo bueno y útil que tienen mis hermanos y hermanas. Es la única manera, Señor, de hacer florecer tu Reino. Que la envidia, Señor, no tenga lugar en el jardín de la alegría que tú has plantado en mi corazón.

Pregúntate en tu interior:

  1. En este momento: ¿sientes envidia por alguien? ¿Tú crees que alguien te está haciendo sombra?
  2. ¿Hasta cuándo vas a alimentar ese sentimiento?
  3. ¿Por qué la envidia es un retraso en tu vida?
  4. ¿Qué te diría la Virgen María de cómo superar la envidia?
  5. ¿Dices que los otros te atacan y te envidian? ¿Tú estás provocando envidia en los demás? ¿Cómo se fomenta la envidia por el perfil de whatsapp?
  6. ¿Cómo reaccionas cuando otros te envidian a ti?
  7. ¿Por qué la envidia es materia de confesión?
  8. Escribe tu experiencia de cómo Dios te manifiesta su amor. Describe las huellas del Señor en tu vida cotidiana. ¿Cómo lo experimentas? Luego constata: “Quien a Dios tiene nada le falta”.