“Me has seducido Señor”
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Cardenal Nicolás De Jesús López Rodríguez
a) Del Libro del Profeta Jeremías 20, 7-9.
En esta lectura aparecen las desgarradoras “confesiones” de Jeremías, siete siglos antes de la pasión de Cristo. Una profunda crisis personal, abate al profeta, provocada por la ingrata misión que el Señor le confía. Él ha de cargar con la cruz de la palabra profética, de hecho, no puede silenciarla aunque quiera. Su lamento expresa la atracción irresistible del misterio fascinante que es Dios cuando se revela al hombre. “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir… Yo era el hazmerreír todo el día, todo el día se burlaban de mí…”
En estos versos queda al descubierto la intimidad de Jeremías, él analiza las consecuencias de su vocación y acusa a Dios de haberle engañado, de haberle seducido sin que él pudiera hacer nada en contra. Se le prometió estar con él. Se le envió a construir y destruir, pero hasta el presente el profeta sólo había hablado de destrucción convirtiéndose en el hazmerreír de todos al no cumplirse sus palabras.
b) De la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 12, 1-2.
En estos breves versículos de su carta a los Romanos, el apóstol de los gentiles alienta a los cristianos de Roma a comportarse de manera convincente, en respuesta a la bondad de Dios y de acuerdo con la transformación que ha ocurrido en su vida a través del bautismo y, les exhorta a que ofrezcan su propia vida en sacrificio, conforme a la entrega total de Cristo. San Pablo insta a ir contra la corriente, a transformar nuestras actitudes y nuestra vida, conscientes de que ofrecemos al Señor lo que realmente le agrada.
c) Del Evangelio de San Mateo 16, 21-27.
Los Sinópticos sitúan las condiciones de Jesús para sus seguidores: autorrenuncia y cruz, después del primer anuncio de su pasión, muerte y resurrección. Este anuncio provocó la fuerte oposición de San Pedro, a pesar de la hermosa confesión de fe mesiánica que acababa de hacer. Pero Jesús rechaza enérgicamente la oposición de Pedro: “¡Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; ¡tú piensas como los hombres, no como Dios!” (v. 23) Y añade: “El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí, la salvará” (vv. 24-25).
Las condiciones de Jesús para su seguimiento exigen una opción totalizante por el Reino de Dios, como lo hizo Él mismo, y antes de Él los Profetas. Si en otro tiempo el seguimiento de Cristo fue una parcela muy cultivada de la espiritualidad, hoy se lo ve como el centro teologal de la vida cristiana, entendida como discipulado. La respuesta afirmativa a la invitación de Jesús a seguirle es clave que nos abre el secreto del Reino de Dios inaugurado en Su persona quien le sigue en la primera etapa: cruz, persecución y muerte, además de confirmar la autenticidad de su discipulado, tiene la garantía de vivir con Él también el segundo momento glorioso.
El estilo, los criterios y las actitudes de Jesús son perennes, lo que Él nos manda ya lo cumplió primero; por eso es nuestro modelo. El programa de las bienaventuranzas choca frontalmente con los criterios del mundo y los intereses del hombre materialista. El hombre actual mimado por el capricho y la abundancia no aprecia los valores del espíritu. Asumir la cruz y practicar la abnegación es liberación de nuestro yo egoísta para abrirse al autodominio y la entrega a los demás.