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“Perdona de corazón a tu hermano”

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Cardenal Nicolás De Jesús López Rodríguez

 XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
13 de septiembre de 2020 – Ciclo A

a) Del libro del Eclesiásti­co 27, 30 – 28, 7.

Las sentencias del Eclesiástico cons­tituyen una bue­na acotación a la sexta petición del Padrenuestro: “Perdónanos nuestras ofensas, así como no­sotros perdonamos a los que nos ofenden”. Si no olvidamos los agravios recibidos de nues­tro prójimo, tampoco Dios nos perdonará las ofensas que he­mos cometido contra Él. Por el contrario, quien perdona a su prójimo, se verá a su vez, per­donado por Dios. Sería contra­dictorio implorar el perdón de Dios para nuestros pecados, si nosotros mismos no perdona­mos a los demás.

La parábola evangélica del siervo sin entrañas que nos presenta San Mateo este do­mingo es una ilustración muy gráfica y realista de esta doc­trina. El mejor medio para en­gendrar en nuestro interior sentimientos de clemencia hacia los demás sería el caer en la cuenta de que también noso­tros necesitamos de la indul­gencia de Dios.

b) De la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 14, 7-9.

San Pablo escribió esta carta para una comunidad de paga­nos conversos y judíos que, a pesar de sus diferentes antece­dentes religiosos, habían acep­tado una fe común en Jesús. Dadas esas experiencias diver­sas, no es de extrañarse que muchas veces hubiera divisio­nes en la comunidad. Para él la solución estaba en recordarles a los cristianos de Roma que lo importante era su nueva vida, que los elevaba a un plano di­ferente al anterior, que miraba más allá de las divergencias y se centraba en lo que compar­tían en común: su fe en el Se­ñor Jesucristo.

c) Del Evangelio de San Mateo 18, 21-35.

El perdón, es un tema clásico del cristianismo, que Jesús lle­vó a su máxima expresión du­rante toda su vida terrena. Él no se ha limitado a invitarnos a perdonar siempre, sino que Él lo hizo primero en el patíbulo, cuando lo estaban crucifican­do, teniendo todo el poder del mundo para destruirlos, opta por la ley del amor e implora a su Padre que perdone a sus verdugos porque no saben lo que hacen (Lc. 23, 34).

Tanto a la pregunta de Pedro sobre cuántas veces debemos perdonar a quien nos ofende, como en la respuesta de Cristo subyace una referencia implíci­ta al patrón clásico de la vengan­za, ley sagrada en todo el Orien­te de entonces. La ley del Talión se formulaba así: “Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente” (Exodo 21, 24), pero sabemos que en el Sermón de la Monta­ña Jesús declaró obsoleta esa ley, mediante el perdón de las ofen­sas y el amor a los enemigos. Nos ordena perdonar no siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Todos conocemos la parábola del deudor despiadado, a quien le perdonan una deuda impagable, pero que es incapaz de perdonar a su hermano, por una ínfima suma, un millón de veces inferior a la suya propia, y que terminó por encarcelar­lo sin piedad, lo que llevó al rey enojado por ello, a hacer justicia y a condenar de por vida al em­pleado sin entrañas; sacando Je­sús de ella la conclusión de que: “Lo mismo hará con ustedes mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su herma­no”. Nosotros somos ese deu­dor insolvente ante Dios, que no obstante nos perdona nues­tra deuda porque hemos sido re­dimidos por Jesucristo (1Cor. 6, 20).

Necesitamos experimen­tar el perdón para sentirnos amados, liberados y rehabili­tados como personas capaces de reconstrucción y de convi­vencia en el amor. El que ama y perdona con el espíritu de las bienaventuranzas, cum­ple la Ley del Señor con la li­bertad que el Espíritu de Dios le ha dado. Al experimentar la misericordia del Señor en su vida y saberse reconcilia­do con Dios, el cristiano es­tá invitado y capacitado para amar y perdonar al hermano con el mismo amor y perdón con que él es aceptado por el Señor.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo.

B. Caballero: En las Fuen­tes de la Palabra.

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