“Perdona de corazón a tu hermano”
4 min read XXIV Domingo del Tiempo Ordinario
13 de septiembre de 2020 – Ciclo A
a) Del libro del Eclesiástico 27, 30 – 28, 7.
Las sentencias del Eclesiástico constituyen una buena acotación a la sexta petición del Padrenuestro: “Perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Si no olvidamos los agravios recibidos de nuestro prójimo, tampoco Dios nos perdonará las ofensas que hemos cometido contra Él. Por el contrario, quien perdona a su prójimo, se verá a su vez, perdonado por Dios. Sería contradictorio implorar el perdón de Dios para nuestros pecados, si nosotros mismos no perdonamos a los demás.
La parábola evangélica del siervo sin entrañas que nos presenta San Mateo este domingo es una ilustración muy gráfica y realista de esta doctrina. El mejor medio para engendrar en nuestro interior sentimientos de clemencia hacia los demás sería el caer en la cuenta de que también nosotros necesitamos de la indulgencia de Dios.
b) De la carta del apóstol San Pablo a los Romanos 14, 7-9.
San Pablo escribió esta carta para una comunidad de paganos conversos y judíos que, a pesar de sus diferentes antecedentes religiosos, habían aceptado una fe común en Jesús. Dadas esas experiencias diversas, no es de extrañarse que muchas veces hubiera divisiones en la comunidad. Para él la solución estaba en recordarles a los cristianos de Roma que lo importante era su nueva vida, que los elevaba a un plano diferente al anterior, que miraba más allá de las divergencias y se centraba en lo que compartían en común: su fe en el Señor Jesucristo.
c) Del Evangelio de San Mateo 18, 21-35.
El perdón, es un tema clásico del cristianismo, que Jesús llevó a su máxima expresión durante toda su vida terrena. Él no se ha limitado a invitarnos a perdonar siempre, sino que Él lo hizo primero en el patíbulo, cuando lo estaban crucificando, teniendo todo el poder del mundo para destruirlos, opta por la ley del amor e implora a su Padre que perdone a sus verdugos porque no saben lo que hacen (Lc. 23, 34).
Tanto a la pregunta de Pedro sobre cuántas veces debemos perdonar a quien nos ofende, como en la respuesta de Cristo subyace una referencia implícita al patrón clásico de la venganza, ley sagrada en todo el Oriente de entonces. La ley del Talión se formulaba así: “Vida por vida, ojo por ojo, diente por diente” (Exodo 21, 24), pero sabemos que en el Sermón de la Montaña Jesús declaró obsoleta esa ley, mediante el perdón de las ofensas y el amor a los enemigos. Nos ordena perdonar no siete veces, sino hasta setenta veces siete.
Todos conocemos la parábola del deudor despiadado, a quien le perdonan una deuda impagable, pero que es incapaz de perdonar a su hermano, por una ínfima suma, un millón de veces inferior a la suya propia, y que terminó por encarcelarlo sin piedad, lo que llevó al rey enojado por ello, a hacer justicia y a condenar de por vida al empleado sin entrañas; sacando Jesús de ella la conclusión de que: “Lo mismo hará con ustedes mi Padre del cielo si cada cual no perdona de corazón a su hermano”. Nosotros somos ese deudor insolvente ante Dios, que no obstante nos perdona nuestra deuda porque hemos sido redimidos por Jesucristo (1Cor. 6, 20).
Necesitamos experimentar el perdón para sentirnos amados, liberados y rehabilitados como personas capaces de reconstrucción y de convivencia en el amor. El que ama y perdona con el espíritu de las bienaventuranzas, cumple la Ley del Señor con la libertad que el Espíritu de Dios le ha dado. Al experimentar la misericordia del Señor en su vida y saberse reconciliado con Dios, el cristiano está invitado y capacitado para amar y perdonar al hermano con el mismo amor y perdón con que él es aceptado por el Señor.
Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo.
B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.
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