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Natividad De La Santísima Virgen María.

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Al nacer María, la linda hija de dos israelitas estériles, llegó al mundo la “luz”, aquella que se había ocultado en el jardín de las Delicias. María anunció al mundo un nuevo gozo y en la liturgia del día, en el himnario de maitines, se exclama: “Nace María, salud de los creyentes, y su nacimiento es verdaderamente salvación de los que nacen”.

Los evangelistas, de quien María fue su guía, nada dicen en concreto de la Natividad. Sólo nos cuentan pasajes y divagaciones de este día glorioso los evangelios apócrifos, sobre todo el Protoevangelio de Santiago, uno de los libros de más difusión en los primeros siglos del cristianismo. Más tarde hacen estudios acerca de este punto San Epifanio San Juan Damasceno, San Germán de Constantinopla, San Anselmo, San Eutimio, patriarca de Constantinopla, y todos los teólogos medievales, así como los santos y mariólogos de los siglos más cercanos. Pero los evangelios canónicos guardan “silencio”. “Silencio” alrededor de Ella. Dios ha comenzado la obra, Él la terminará. Ese será en todo momento el “sello” de la Virgen.

La Madre de la “palabra eterna” nació en el “silencio”.
¿Quiénes fueron sus padres? —Nació de Joaquín y Ana, dos israelitas ancianos. Fue de sangre real y de estirpe sacerdotal, así lo repite la antífona de la misa de la Natividad. Ana era hija del sacerdote Mathan y de María. Tenía dos hermanas: María, que se caso en Belén y dio a luz a Salomé, y Sobe, que engendró a Isabel, la madre del Bautista.

Algunas narraciones afirman que los padres de María eran ricos y poderosos, como correspondería al linaje de los hijos de David. Según narra el Protoevangelio, Joaquín era rico y pagaba duplicados los impuestos de la ley.

Joaquín y Ana fueron los padres de María, y la genealogía, basada en registros públicos conservados en Jerusalén, que San Lucas inserta en su evangelio (3, 23-38), parece ser la de María, así como la que ofrece San Mateo (1, 1-17) corresponde a San José, como cabeza de familia.

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 San Juan Evangelista que la Virgen tuvo una hermana, que permaneció junto a Ella en la cruz. Se llamaba María y era esposa de Cleofás. Otros autores hablan de que no era hermana carnal sino política, o porque Cleofás era hermano de San José, o porque ella misma era hermana de San José. Además, resulta raro que las dos llevaran el mismo nombre.

María quedó sujeta en su nacimiento a la ley natural. Fue exenta del pecado original desde el primer instante de su concepción y recibió, por consiguiente, la gracia santificante. La “gracia” actuó en su alma y la preparó para la divina Maternidad.

La opinión más común es que Joaquín Y Ana vivían en Jerusalén. Su patria anterior fue Séforis (la actual Saffuriye), siete kilómetros al norte de la solitaria Nazaret. Su casa distaba como unos treinta metros de la piscina Betesda, tan frecuentada por Jesús y en la que curó al paralítico.

Para enaltecer el lugar de la Natividad de la Virgen se levantó en Jerusalén un templo llamado Santa María de la Natividad, que cambió más tarde su nombre por el de Santa Ana. En 1856 el sultán se lo cedió a Francia y fue restaurado por Napoleón III y encomendado a los padres misioneros de Argel. El papa León XIII concedió el privilegio de decir todos los días dos misas votivas en aquel santo lugar, en honor de la Inmaculada Concepción y de la Natividad de María.

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Se desconoce cuándo pasó la Virgen a vivir a Nazaret. Tal vez a la muerte de sus padres, bien en sus desposorios con San José o con ocasión de algún acontecimiento familiar. Lo cierto es que en Jerusalén, cabeza del pueblo israelita y centro codiciado del mundo romano, fue engendrada María, y nació en la pequeña casa próxima a la piscina. Así lo refiere la tradición y así lo apoya San Juan Damasceno, el mayor admirador de María.

La Iglesia honró siempre con magnificencia la Natividad de la Virgen. En la liturgia ocupaba lugar destacado. La razón por la cual su fiesta fue fijada para el 8 de septiembre se ignora. Su origen, como el de todas las fiestas mayores marianas, se encuentra en Oriente, probablemente en Palestina.

San Agustín habla en sus escritos de que no existía en su tiempo una fiesta litúrgica particular dedicada a este acontecimiento. Poco después, en el concilio de Efeso (431) y en el de Calcedonia (451), se hace una referencia. El martirologio jeronimiano lo inserta en sus páginas y traduce, claramente, la profunda razón teológica de esta celebración.

Muchos sermones patrísticos orientales exaltan el nacimiento de María y también los más grandes poetas litúrgicos bizantinos. Por San Andrés de Creta la fiesta del Nacimiento es una verdadera tradición. En la misa propia se leía al principio la historia de la Visitación, sustituida en seguida por la genealogía que ahora figura. La lección varió con San Pío V.

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Institución de la Fiesta

Durante el cónclave, después de la muerte de Gregorio IX, los cardenales insistieron con el nuevo Papa para que instituyese la octava de la fiesta, cosa que realizó después Inocencio IV, con la aprobación del concilio de Lyón. Gregorio XI instituyó una vigilia con ayuno, pero cayó pronto en desuso.

En el ciclo mariológico la Natividad de María no es fiesta de precepto. La Iglesia nos invita a meditar este suceso para traer cada año un frescor marial y el buen olor del “capullo en la casa del rey David”.

Dios realizó una obra maestra con su Madre; “la llenó de gracia”, hizo que penetrase en Ella todo lo divino: en su alma por todas sus facultades, en su cuerpo en todos sus miembros y sentidos. La plenitud fue el acento vigoroso con el que Ella empezó a existir y la santidad se hizo en su vida temporal de fidelidad y de entrega a Dios y a los hombres.

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