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“¡Sean Santos, porque Yo soy Santo!”

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Cardenal Nicolás De Jesús López Rodríguez

Solemnidad de todos los Santos

a) Del libro del Apocalipsis 7, 2-4. 9-11.

Esta es la glo­riosa visión que Juan, el vidente de Patmos, tuvo durante su exilio. Con­viene decir que en ese momento, como él lo se­ñala, estaba desterrado por el emperador Domi­ciano, otro Nerón y, co­mo tal, lleno de odio a los cristianos que no se sometían a sus capri­chos y preferían la muer­te antes que obedecer sus mandatos de renunciar a Jesucristo y a la fe en Él.

Entre todos los santos que honramos en esta Solem­nidad, debemos poner en primer lugar a la legión de hombres y mujeres que prefirieron la muerte antes que traicionar su fe en Jesu­cristo. Y nunca han faltado en los veintiún siglos estos héroes y heroínas que han escrito páginas gloriosas de la historia del cristianismo.

b) De la primera carta del Apóstol San Juan 3, 1-3.

El autor expone la relación del cristiano con Dios desde la perspectiva de su adop­ción como hijo. El cristiano va avanzando en su comu­nión con Dios y se da cuen­ta de sus limitaciones, pero sabe que el futuro de perfec­ción será una realidad. La motivación de fondo de la santidad es desde el princi­pio clara: Y es que Él, Dios es Santo. La santidad, según la Biblia, es la síntesis de todos los atributos de Dios. Isaías llama a Dios “el santo de Is­rael”. “Santo, Santo, Santo” es el grito que acompaña a la manifestación de Dios en el momento de su llamada.

En cuanto al contenido de la idea de santidad, el tér­mino bíblico “qadosh” su­giere la idea de separación, de diversidad. Dios es san­to porque es totalmente el otro respecto a todo lo que el hombre puede pensar, de­cir o hacer. Para la Escritura el hombre no es sólo aque­llo que está determinado que fuera por su nacimien­to (“animal racional”), si­no lo que está llamado a ser mediante la obediencia en el ejercicio de su libertad (san­to).

Teresa de Calcuta tenía razón cuando un periodis­ta le preguntó de improviso qué se sentía al ser aclama­da santa por todo el mundo, respondió: “La santidad no es un lujo, es una necesidad”.

c) Del Evangelio de San Ma­teo 5, 1-12.

Esta página del evangelio nos presenta el primero de los cinco discursos progra­máticos de Jesús, es la carta magna del nuevo pueblo de Dios. Encabezan el discur­so las ocho bienaventuran­zas que constituyen el nue­vo programa del reinado de Dios.

Declaran felices a los po­bres porque en ellos el reino de Dios se hace presente como don y como gracia en medio de nosotros. No son mandatos sino enunciados de valor, una invitación a superarse cons­tantemente, una denuncia de mezquindades, una oferta de la misericordia de Dios y don del gozo incontenible que trae el reinado de Dios.

El evange­lista Mateo escribe para una comunidad cristiana ya esta­blecida como Iglesia y necesita profundizar en su nueva iden­tidad de seguidores de Jesús, después de la ruptura traumá­tica con el judaísmo, de don­de procedía la mayoría y que les dejó en una situación de marginación social, cultural y religiosa.

Es probable que es­tos hombres y mujeres fue­ran realmente pobres, me­nospreciados y perseguidos. San Mateo les invita a descu­brir los valores del reinado de Dios en las dificultades por las que atraviesan. Las palabras de Jesús, ciertamente un ad­mirable mensaje con el que comienza su intensa predica­ción, acompañada de múlti­ples signos (como llama San Juan a los milagros), son, en primer lugar, una invitación a vivir la pobreza, la aflicción, el desprendimiento, el hambre y la sed de justicia como “bien­aventuranzas”.