“Crea en mí un corazón puro”
3 min readCardenal Nicolás de Jesús López Rodríguez
a) Del Profeta Jeremías 31, 31-34.
El profeta Jeremías, en el ejercicio de su ministerio, muestra una fidelidad sin límites a Dios y una gran compasión hacia el pueblo. En el fragmento propuesto para esta celebración exclama el profeta: “Miren que llegan días –oráculo del Señor– en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva… Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo”.
El profeta se refiere al regreso del pueblo judío del destierro de Babilonia, donde fue cautivo como consecuencia de su infidelidad al Señor. Anuncia la Nueva Alianza, donde está ausente la hipocresía y el fariseísmo. Cristo selló esta Nueva Alianza con su sangre, por eso es definitiva. El sentido pleno de esta lectura está en la redención que Jesús nos mereció con su muerte y resurrección, acontecimientos que nos disponemos a revivir en la Semana Santa.
b) De la Carta a los Hebreos 5, 7-9.
El autor, con esta carta, busca demostrarle al pueblo judío que Jesús con su pasión y muerte nos redimió de todos los pecados. Estas son sus dramáticas palabras: “Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, cuando en su angustia fue escuchado”.
Entramos en la quinta semana de Cuaresma. Estas cinco semanas han sido de preparación para el gran acontecimiento, y lo hemos hecho, como nos enseña la Iglesia, con oración, recogimiento, reflexión, austeridad, ayuno y obras de misericordia. Por consiguiente, en esta semana que comenzamos, todos los que profesamos fe en Jesucristo debemos tomar conciencia de cuanto nos disponemos a revivir y a celebrar.
c) Del Evangelio según San Juan 12, 20-33.
La curiosidad de aquellos griegos por conocer a Jesús da al Señor la oportunidad de hablar claramente de su muerte y de la asombrosa fecundidad de este acontecimiento. Siguiendo el estilo de su magisterio, Jesús apela a la comparación del grano de trigo, para referirse a su próxima muerte. Jesús debe morir, pero esa muerte será fecunda porque con ella el mundo será redimido.
A seguidas Jesús prorrumpe en un desahogo que revela su condición humana; “Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora. Pero si por esto he venido, para esta hora, Padre, glorifica tu nombre”. Un desahogo muy comprensible en aquel momento de su vida.
Jesús es perfectamente consciente de que su vida va al desenlace que supondrá su muerte, por eso dice: “mi alma está agitada”, es decir, se estremecía al pensar en la pasión que le esperaba, tan cruel y despiadada, pero no se amedrentó ante esa terrible realidad. En ese momento, añade el evangelista San Juan, vino una voz del cielo: – “lo he glorificado y volveré a glorificarlo”. Señal de que el Padre celestial estaba muy atento a la vida de su Hijo en la tierra, y así como lo acompañó en el resto de su vida, en aquel momento cumbre, Jesús necesitaba el consuelo de su amado Padre.
La Cuaresma llega a su término y nos coloca a la puerta de la Semana Mayor, pidamos a Jesús que nos permita acompañarle en su dolorosa y heroica pasión, viviendo estos días como verdaderos testigos de la esperanza que nos garantiza su Resurrección.
Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo.
B. Caballero. En las fuentes de la Palabra.