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¿Sembraste ? Entra en la gloria de tu Señor.

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Muchas veces nos preocupamos por el quorum de nuestras actividades en la Iglesia o por si estamos consiguiendo los objetivos planteados. Ciertamente eso es importante. Pero la dinámica del  Señor a veces va por otro lado y apuesta a la libertad humana. El mensaje no lo impone, lo ofrece.

El Señor explica en el vers. 17 de Mateo, antes de revelarles la parábola una de las razones: «Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron

Al Sembrador le entregaron el envase de las semillas lleno para que saliera a sembrar, por eso el verbo inicial de la acción es «salió» y el siguiente «sembrar«. Obedeció fielmente lo dispuesto por el Señor.

El Profeta Isaías nos revela el sentido general de esta parábola: » Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos y no vuelven allá, sino que empapan la tierra, la fecundan y la hacen germinar, para que dé simiente al sembrador y pan para comer, así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me plugo y haya cumplido aquello a que la envié.» Is 55,10-11

Este sembrado era distinto, no era planificado directamente en un terreno preparado, me da curiosidad que dice que «una vez, salió un sembrador…», porque ese día, salió a regar la semilla en cualquier lugar.  La parábola no especifica que el Sembrador mirara hacia atrás confirmando el lugar donde cayeran. Quiere decir que el orden que tenía era sencillo: «sembrar», que no «cosechar».

Si hubiera mirado para atrás a lo mejor se desmoraliza al ver como las aves se comían las semillas, como los abrojos la abrazaban, o como las piedras la secaban. Simplemente las tiró y siguió sacando semillas de la bolsa. Estaba concentrado en ello. Incluso no se fijó que en la tierra buena, no dio cientos de frutos, sino que algunos «dieron fruto, una ciento, otra sesenta,
otra treinta.»

Los frutos surgieron además mucho tiempo después del proceso de sembrar. El sembrador a lo mejor ni siquiera lo vio. El resultado lo verá el segador que es otro. La propia Palabra de Dios lo dice en Jn 4,36: «el segador recibe el salario, y recoge fruto para vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Porque en esto resulta verdadero el refrán de que uno es el sembrador y otro el segador: yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga.»

En Marcos 4,11 está muy clara nuestra misión como sembradores:  «El sembrador siembra la Palabra.» Nuestra misión evangelizando muchas veces tendrá cara de fracaso. De los cuatro lugares que el sembrador fue, en tres no progresó lo que aparentemente debió ser el éxito. Y del único lugar que progresó, no lo fue totalmente. Eran razones para que el sembrador se desmoralizase, pero como él estaba concentrado en su misión, ni se dio cuenta de lo que sucedió.

Al final del día de seguro quien lo envió a sembrar le preguntó si le quedaron semillas. Él habrá mostrado la funda vacía, revelando que sembró todo, esparciendo la semilla, por aquí y por allá.

Muchas veces nos preocupamos si lo que decimos o hacemos surge su fruto en nuestros procesos de evangelizar y hasta dejamos de hacerlo al ver incluso sin son pocas las personas que nos escuchan o nos ven o leen. Pero la dinámica del Señor es muy distinta. Lo primero es que a veces no tenemos la conciencia de que la semilla es «la palabra». No la nuestra sino la de Dios. Y Dios se la da a quien quiere y respeta el corazón que la recibe.

A nosotros nos toca sembrar, no cosechar. El quorum del Señor es menos exigente que el nuestro. A veces nos preocupa si no hay más de 10 personas en nuestras actividades, pero el Señor dijo que se hacía presente donde dos o tres estuvieran reunidos en su nombre.

La parábola además de llamar la atención sobre la forma de aceptar la palabra en nuestras vidas, nos llama a estar conscientes de nuestra misión de «sembradores» de la Palabra. Y debemos preguntarnos: ¿tengo conciencia de que lo que siembro es la Palabra?, ¿me desmoraliza no tener éxito?, ¿me preocupa más la cantidad de personas, que transmitir la palabra ?

La etimología de la palabra sembrar viene del latín seminare De ella se derivan palabras como seminario, sembrar, semen, semilla, sazón. Sembrar la palabra es inseminar el corazón con el germen de la palabra que engendra en nosotros a Jesucristo en nuestro corazón. Así como la Virgen aceptó el germen y en ella se gestó el Señor.

Seamos fieles sembradores de la Palabra de Dios, fieles al amor de sembrar aun en lugares que aparentemente no valen la pena, que no tiene la cantidad o calidad de personas que pensamos y finalmente alegrémonos al ver como germina el algunos 30 otros 60 y algunos ciento.

El Señor nos preguntará al final: «¿Sembraste todo? » ojalá podamos mostrar el bolso vacío. Entonces el Señor nos dirá: «Siervo fiel y bueno, entra en la gloria de tu Señor, por haber sido fiel en lo poco, te pondré a cargo de lo mucho«.

El que tenga oídos para oír que oiga:

  • no seas camino
  • no seas espino
  • no seas piedra
  • que seas tierra y tierra buena

… donde Jesús pueda crecer.